Este argentino convirtió al «bajón» en un negocio y ya factura $ 1,4 millones

Fuente: Cronista ~ Si hay algo que el Club del Bajón tiene claro es que la comida puede generar placer y mejorar el ánimo. Por eso se definen como los representantes más genuinos del food porn, una movida que asocia la sensualidad a las calorías.

El emprendimiento que fue en su origen una guía gastronómica y agencias de marketing de casas de comida, se convirtió en el motor de la digitalización y el e-commerce de negocios distribuidos en todo el país y en un ya reconocido delivery de pastelería.

Todo comenzó en 2017 cuando Tomás Calvagna, con sólo 18 años y mientras comenzaba su carrera de Markting y Administración en la UADE y trabajaba en una empresa dedicada a la moda, abrió una cuenta de Instagram para recomendar diferentes opciones gastronómicas en Buenos Aires. Luego de recorrer cerca de 300 restaurantes, detectó una demanda no satisfecha de nuevas propuestas y ofertas con descuentos.

La guía gastronómica se formó con una comunidad de seguidores en Instagram que al poco tiempo comenzó a desarrollar platos propios junto a los diferentes comercios, bajo el nombre de «Línea Bajonera» dintinguidos por ser innovadores, atractivos y, sobre todo, «instagrameables».

«Aposté a este segmento por tres razones», cuenta Tomás. «La primera es que para crear una página en Instagram no necesita mucha inversión, la segunda es que soy un apasionado del marketing, desde chico me gusta y el segmento tenía mucho potencial de desarrollo porque, en general, los comercios no sabían vender de la manera correcta por medio de las redes sociales. Y la tercera razón, es que soy un verdadero ‘bajonero’, amo comer. Siempre digo que tengo el mejor trabajo del mundo porque trabajo de lo que amo».

El Club del Bajón arrancó con una modesta inversión en publicidad de alrededor de $ 60.000, reuniones con dueños de diferentes restaurantes para que hagan publicidad en sus redes sociales y un trabajo artesanal para hacer crecer la comunidad de consumidores. Hoy facturan cerca de $ 1.400.000 mensuales y cuentan con 800.000 seguidores.

Una oportunidad

La pandemia de Covid-19 fue un golpe duro para muchos negocios del rubro, pero para el emprendimiento fue el empujón que les faltaba. «Se le empezó a dar mucha más importancia al mundo digital. Desde ese momento los comercios se apoyaron mucho más en las redes sociales para vender. Esto nos hizo crecer de manera muy rápida, pasamos de ser 10 empleados a 25 en cuestión de meses», señala Calvagna.

Fue en esta época que nació el @Clubdelbajondulce, que vende productos de pastelería con cocineros y elaboración propia por todo Buenos Aires . Para la Semana Santa del año pasado, vendieron más de 1500 huevos de pascuas y, desde ese momento producen todo tipo de tortas y postres al estilo «food porn«, en donde nunca faltan ni el dulce de leche ni Nutella en grandes cantidades.

Con un target de personas de entre 16 a 30 años, amantes de las redes sociales y del buen comer, El Club del Bajón se ha convertido y espera mantenerse como un verdadero «influencer»; es decir, una marca capaz de mover una masa de gente que verdaderamente confíe en ella. «Esto se desarrolla haciendo las cosas bien, creando buenos platos en los diferentes comercios, ofreciendo descuentos reales y atractivos, y sabiéndose publicitar de la manera correcta», asegura su creador.

En el camino debieron afrontar diversos desafíos, uno de lo más importantes fue hacer que los comercios confiaran en la marca. «El mundo digital es algo nuevo, pero con un crecimiento exponencial principalmente en el público millenial. Pero, en general, los dueños de los comercios es gente más adulta, por que lo que no conocen las redes, entonces les tenés que explicar de la manera correcta la importancia de estar presentes allí», cuenta.

La aspiración a futuro es abrir nuevos mercados en otros países, sobre todo en América latina, lanzar una app móvil y abrir franquicias de @clubdelbajondulce. «En cinco años nos vemos como líderes del segmento del marketing gastronómico en América latina», desafía Calvagna.

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