Chacarita: cómo el barrio funebrero se volvió cool

Fuente: Clarín ~ Una zona de quintas que los árboles frutales perfumaban apenas empezaba a asomar el calor. Cerca del monte de los durazneros, los jesuitas habían construido un edificio de ladrillos con un patio encuadrado por galerías con arcadas. Al lado, una capilla y más atrás una segunda construcción con un patio y varios galpones. A fines del 1600, en esa chácara (chacra), los alumnos del colegio San Ignacio de Loyola (hoy Nacional de Buenos Aires) pasaban los veranos. Las huellas de las carretas trazaban el camino que unía a este solar con el centro de la ciudad: dos leguas interrumpidas por zanjones y por el arroyo Maldonado. Por aquel entonces, a la zona se la conocía como Chacarita de los Colegiales.

En 1871, una nueva epidemia de fiebre amarilla devastó a Buenos Aires. Murieron más de 500 personas en un solo día. Los dos cementerios de la ciudad, el del norte (Recoleta) y el del sur (Parque de los Patricios) estaban repletos. Por eso, se construyó un tercer camposanto en lo que hoy es el Parque de los Andes. Sus cinco hectáreas también quedaron chicas y, cuatro años más tarde, se trasladó al lugar que ocupa hoy.

Durante décadas, el cementerio fue la referencia que el barrio arrastraba como un grillete. Hasta que, en el albor de 2000, Palermo empezó a sumar tentáculos y alguien se animó a declarar Palermo Dead a Chacarita. Una irreverencia que indignó a los locales y espabiló al resto. Entonces, llegaron los emprendedores, los nuevos vecinos y la curiosidad. Chacarita demostró que estaba más vivo que nunca.

Alejandro Simik armó un museo fotógráfico en su bar de Lacroze 3901. La gran atracción es una cámara de 1870 con rueditas.

La avanzada del arte

Todo empezó con la crisis de 2001. Con el Bar Palacio (Av. Federico Lacroze 3901) casi despoblado y su dueño yendo al Mercado de Pulgas de Dorrego para pasear entre los puestos. Lo hacía con la mirada afilada, claro. Porque además de gastronómico, Alejandro Simik es fotógrafo. Entonces, de esas expediciones regresaba con alguna cámara antigua. La colección crecía y crecía.

Enhebrando entusiasmos, Alejandro armó El Museo Fotográfico Simik en su bar. Ahí se exhiben casi 3.000 objetos. “Uno de los que más llama la atención es la cámara de 1870 con ruedas para desplazarla por el estudio. Me gusta observar el asombro de las personas que miran un visor estereoscópico por primera vez. Se ven las imágenes como en 3D”, cuenta.

El Museo está abierto de lunes a sábado, de 7 a 24. Además de las cámaras antiguas, exhibe muestras de fotos. Los martes, jueves, viernes y sábado, a las 20, hay show de jazz. Todo con entrada libre.

El Café Los Antes fue el primer escenario porteño en el que Julio Sosa desgranó tangos. Con el tiempo, el bar dio paso a una ferretería y, más tarde, al abandono. En 1999, el actor Ricardo Arauz lo transformó en el teatro y bar Gargantúa (Jorge Newbery 3563), hoy un café concert.

A pocos metros, en la esquina que antes ocupaba la fábrica de dulces Esnaola, Central Newbery (Jorge Newbery 3599) dedica sus 400 metros cuadrados a exposiciones, escultura y objetos únicos.

En 2011, una antigua playa de estacionamiento se convirtió en El Galpón de Guevara (Guevara 326), un espacio cultural con dos salas, bar y una cartelera teatral más que interesante. Ahí se representó La desgracia, una de las obras más exitosas del under, que se repone a partir de marzo.

Santos 4040 (Santos Dumont 4040) es más que una sala de teatro independiente. Allí también se puede escuchar música en vivo acompañada de una cerveza artesanal o una copa de vino.

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