Gastón Riveira, de La Cabrera: «No estamos al 100%, pero empezamos a recuperarnos»

Fuente: Perfil ~ El creador de una de las parrillas más exitosas de Buenos Aires y autor de “Recetas argentinas de mi cocina” fue entrevistado por Jorge Fontevecchia, en Radio Perfil (FM 101.9). Habló sobre el panorama gastronómico del país y la recuperación y los desafíos que este lleva a adelante. Mirá la entrevista completa.

Gastón Riveira, dueño y cocinero de la exitosa parrilla La Cabrera, habló en Modo Fontevecchia por Radio Perfil (FM 101.9) y contó el impacto que tuvo la pandemia para su restaurante. “La pasamos bastante difícil”, explicó, y dijo que para recuperarse plenamente será necesario también la recuperación del turismo internacional.

Parece que los restaurantes están experimentando un boom. ¿Esto es así? ¿Están todos llenos?

Todavía no estamos al ciento por ciento, pero empezamos a recuperarnos. No estamos al nivel prepandémico. La pasamos bastante difícil durante toda la pandemia. Por lo menos ese es nuestro caso. No sé lo que la competencia dirá. Escuchaba a un periodista conocido que hablaba también de otro restaurante y que estaban en un récord histórico. En mi caso, todavía no estamos viviendo esa situación.

¿Y a qué lo puede atribuir? ¿A lo mejor su clientela tiene una relación mayor con el turismo y el turismo internacional todavía no se ha recuperado totalmente?

Exactamente. El turismo todavía no está del todo recuperado. La gente todavía para subir al avión tiene algún temor.  Hemos tenido algún mediodía en el que venía algún crucero que nos movía mucho en el restaurante. Eso hoy todavía falta. Imagino que vendrá, pero aún estamos en proceso de recuperación.

¿Y en cuanto a los precios? Hay una sensación de que han subido mucho en el último semestre. ¿Siente que estaban retrasados y recuperaron el valor de antes? ¿Hay una relación entre consumo y precio?

El precio influye en el consumo. Aun así, el restaurante siempre la corre desde atrás y si aumenta,no traslada inmediatamente el precio. Con la diferencia de lo que es la acreditación de la tarjeta ya uno también pierde fácil 28 días. Pero yo soy siempre optimista y tengo fe en que todo cambiará.

Hace poco, funcionarios del gobierno de la Ciudad me decían que dentro de Buenos Aires no se consiguen empleados para los restaurantes. ¿Escucha de sus colegas algo similar?

Sí, es muy difícil conseguir gente y bajar la rotación del personal. La contingencia laboral también es compleja.

Cuando en la contingencia laboral los empleados están en negro, ¿esto se multiplica?

Sí, yo los tengo a todos en regla. Pero por más que uno los tenga así, la contingencia está presente.

Matthew Kenney: “Buenos Aires es ideal para abrir un restaurante vegano”

Fuente: La Nación ~Matthew Kenney es el creador de más de 50 restaurantes plant based en todo el mundo.

Referente de la gastronomía 100% vegetal, no cree que el mundo deje nunca de comer carne, pero apuesta a que haya opciones veggies.

Para ser uno de los más destacados referentes mundiales de la gastronomía vegana, el discurso del chef norteamericano Matthew Kenney es bastante conciliador con quienes disfrutamos de un buen asado o una trucha a la plancha. Al referirse a las bondades de la gastronomía plant based –como la llama– echa mano a términos como “arte”, “placer” o “disfrute”, y lejos de buscar adoctrinar o criticar a quienes no se enrolan en el mundo veggie, los invita a considerar un plato 100% vegetal como opción en la dieta diaria: “No quiero empujar a nadie a que haga nada –dice este chef de 57 años, creador de más de 50 restaurantes, entre ellos Mudrá y Oleada en Buenos Aires–. Para mí como consumidor, de lo que se trata es de disfrutar de una comida rica con la que me sienta bien. Es cuestión de probarla, quizás una vez a la semana, y prestarle atención a cómo uno se siente. Se trata de experimentar y escuchar a nuestro cuerpo”.

Color y estética en los platos de Mudrá
Color y estética en los platos de Mudrágentileza

–¿Cómo te acercaste a la gastronomía plant based?

–Fue un proceso muy gradual que partió de tener un entrenamiento muy tradicional como chef de cocina francesa. Yo tengo dos pasiones: el arte culinario (la comida y el vino), y la salud y el bienestar. Y ya hace unos años me di cuenta de que podía hacer que estas dos pasiones coexistan. Primero me acerqué desde la perspectiva de ser un chef, y encontré algo muy creativo, artístico y versátil, en donde la comida era mucho más excitante y vibrante que la que había estado haciendo. Desde el nivel profesional fue todo un desafío, pero que partió de pensar que esta gastronomía va a ser la que en el futuro domine los platos. Y desde lo personal fue tremendo, ya que desde el comienzo noté el cambio, en términos de tener más energía, mayor claridad, sentirme más liviano, dormir mejor. Toda mi salud general mejoró significativamente.

–Tu cambio en la cocina se reflejó a nivel personal…

–Fue realmente lograr juntar mis dos pasiones. Mi pasión por el bienestar y la longevidad, y el sentirme mucho más entusiasmado de cocinar con vegetales y plantas, lo que me inspiró como chef. Se trató de una suerte de alineamiento para mí.https://7f91889afa610ed4a00eb585b1269a98.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html

–¿Cuánto tiempo llevás sin comer proteína de origen animal?

–No he comido carne ni pollo en unos 20 años. Ocasionalmente he comido algo de pescado, pero en mayor medida he sido un consumidor plant based en los últimos 20 años.

Matthew Kenney lleva 20 años sin comer carne ni pollo
Matthew Kenney lleva 20 años sin comer carne ni pollogentileza

–¿Existe alguna diferencia entre gastronomía vegana y gastronomía plant based?

–Bueno, no hay realmente una diferencia. Nosotros comenzamos a utilizar el término plant based porque queríamos destacar el hecho de que estamos cocinando con alimentos completos, con plantas. Y vegano a veces simplemente significa que no incluye productos animales, pero puede tener un montón de ingredientes procesados y químicos. Entonces para mi plant based significa una dieta más limpia y basada en productos vegetales íntegros.

–¿Qué del plant based atrae a la gente? ¿Lo filosófico, la ecología?

–En el pasado se trataba de cosas relacionadas con la salud o con la filosofía, como la sustentabilidad o el proteccionismo de animales, pero en estos días la cocina plant based es la cocina más excitante, y muchos de los mejores restaurantes del mundo están haciendo foco en los menús degustación plant based. Hoy creo que es moda y es arte, pero que también sirve a un propósito de conservacionismo y sustentabilidad.

–¿Los rankings y los certámenes de cocina toman en cuenta a la gastronomía plant based?

– Sí, de hecho, Eleven Madison Park, en Nueva York, que llegó a ser número uno en la lista de los World’s 50 Best Restaurants, hoy es completamente plant based; Geranium y Noma, en Copenhague, que también están entre los top, ahora están convirtiéndose en plant based. Muchos de los mejores restaurantes del mundo están haciendo opciones plant based. Hoy esta gastronomía representa una parte mayoritaria de la escena culinaria.

Oleada, el restaurante de cocina mexicana reversionada como veggie por Matthew Kenney
Oleada, el restaurante de cocina mexicana reversionada como veggie por Matthew Kenneygentileza

–Hay muchas celebridades que colaboraron con eso, ¿no?

–Sí, es una lista muy grande. Desde actores como Woody Harrelson o Alicia Silverstone hasta deportistas como Lewis Hamilton o Serena Williams; e incluso en la moda, son muchos los que han dejado de emplear productos de origen animal. Hoy el plant based atraviesa todas las industrias y todos los mercados.

–¿Tiene algo de generacional esta forma de alimentación?

–Eso es muy interesante, porque en un principio era un público de 25 a 34 años el que era dominante, y un 80% eran mujeres. Ahora, está cambiando: la franja etaria más dominante es 35 a 44, que son los que antes eran más jóvenes, pero al mismo tiempo se suman franjas etarias cada vez más jóvenes, hay nuevas generaciones que están abrazando esta alimentación. Desde que yo estoy involucrado en esto veo que cada año se expande.

–Abriste muchos restaurantes en América Latina, e incluso en la Argentina. ¿Fue difícil ingresar con tu propuesta en una región con una cultura tan afín al consumo de carne?

–No, para nada. Cuando abrimos en Brasil, en los primeros dos días esperábamos no más de 300 comensales y vinieron más que 1000. Y Brasil es el mayor exportador de carne en el mundo. Veo que América Latina está muy receptiva a la gastronomía plant based, y por eso hoy tenemos más restaurantes en esta región que en Europa. Lo que sucede es que en la mayoría de sus grandes ciudades, aun cuando su cultura gastronómica sea conocida por la carne, hay una enorme audiencia para la comida plant based. En toda ciudad con millones de habitantes hay cientos de miles de personas interesadas en comer plant based, del mismo modo en que están interesadas en hacer foco en el bienestar y la salud. De alguna forma, ciudades como Buenos Aires constituyen el medio ambiente perfecto para abrir un restaurante plant based, porque hay una audiencia importante y no hay muchas opciones para ella.

–¿Crees que la caída actual en el consumo de carne es un fenómeno que lejos de revertirse va a seguir profundizándose?

–Sí, pero quiero aclarar que la mayoría de nuestros huéspedes en nuestros restaurantes no son veganos. Simplemente se acercan al plant based como una opción, como podrían hacer lo mismo con la comida japonesa o la comida italiana. Pero que el plant based se esté convirtiendo en una opción mainstream contribuye a reducir el consumo global de productos de origen animal. Ahora, al mismo tiempo pienso que nuestro planeta siempre consumirá productos animales, y lo entiendo, pero en función del crecimiento de la población y la escasez de agua y alimentos, el plant based da respuesta a la necesidad de que todo el mundo tenga comida saludable y fresca disponible. Además, es una comida disfrutable y placentera.

–¿Es una forma de cocina fácil de trasladar al día a día de los hogares?

–Es muy fácil, porque hoy hay tantas opciones de legumbres, frutas y vegetales estacionales. Yo estoy muy ocupado y no tengo tiempo para cocinar en casa, pero en 10 minutos puedo hacer algo que sea fácil de cocinar, sea rico y confortable.

Quién es el chef del restaurante del momento: tiene todas las mesas reservadas por dos meses

Fuente: Clarín Gourmet by Adriana Santagati ~ Julio Báez es el creador de Julia, el local de Villa Crespo que todos quieren conocer. Cómo son sus platos y su historia.

A Julio Báez (36) le gusta contar una anécdota. Cuando tenía un año y medio, se paró arriba de la puerta del horno de su abuela y se tiró la cocina encima. Se quemó con aceite, estuvo seis meses internado, con riesgo de vida. “Como una suerte de destino”, dice. El destino que hoy lo tiene como uno de los cocineros del momento, celebrado por la crítica, sus colegas y clientes.

Julio abrió su restaurante hace dos años y medio. Y Julia, su restaurante, ya es uno de “los” lugares de Buenos Aires. Este pequeño espacio en Loyola 807, Villa Crespo, ofrece cocina de autor y estacional, a la carta y con menú degustación. Abre de lunes a viernes y sólo por la noche. Y con apenas 22 cubiertos disponibles, tiene todo reservado hasta mediados de junio.

Tres datos reflejan el lugar que Julio Báez ocupa en la escena gastronómica local hoy:

  1. En octubre, fue uno de los cocineros elegidos en el ciclo de nuevos talentos argentinos del restaurante Lord Stanley de San Francisco.
  2. Acaba de volver de Noruega donde participó de Comilona, el festival itinerante de cocina argentina que organiza el cocinero Diego Jacquet.
  3. Lo seleccionaron como uno de los 100 candidatos al premio Best Chef Awards, que distingue al mejor cocinero del mundo.

Julio Báez es elogiado por críticos, colegas y clientes. Foto: Fernando de la Orden

Julio Báez es elogiado por críticos, colegas y clientes. Foto: Fernando de la Orden

Cuando esta cronista le pregunta cómo se siente llevando el cartel de uno-de-los-mejores-cocineros-de-su-generación, Julio se ríe, sale de la pregunta difícil y explica por qué Julia es el éxito que es.

La sinceridad. A la hora de trabajar, con el equipo. En cuanto al producto, porque podés comprar berreta y vender caro, pero eso se nota. La honestidad. Si la carne es buenísima y me sale cara la voy a cobrar a un precio justo, no la voy a regalar. Si sos sincero con la propuesta gastronómica y no vendés gato por liebre, no puede fallar«.En Noruega. Julio con el equipo de chefs y sommeliers argentinos que fueron parte del festival Comilona. Foto Instagram Julio Báez

En Noruega. Julio con el equipo de chefs y sommeliers argentinos que fueron parte del festival Comilona. Foto Instagram Julio Báez

De Chacabuco a Mirazur

De su Chacabuco natal, Báez se fue a estudiar Bioquímica a La Plata y terminó cambiando por Gastronomía. Pero su formación clave la hizo en el viejo hotel Sofitel Recoleta de la calle Arroyo.

Allí, trabajó con su gran influencia, el francés Olivier Falchi. “Fue el que más me enseñó. Pero no solo a cocinar sino a ser perseverante. Me transmitió el sacrificio, el valor, la paciencia. Un señor”, dice del chef que ahora está a cargo de un hotel en Aruba.En el Sofitel con el chef francés Olivier Falchi, su gran mentor. Foto Gentileza Julio Báez

En el Sofitel con el chef francés Olivier Falchi, su gran mentor. Foto Gentileza Julio Báez

Falchi le dio una mano enorme: lo ayudó a poder llegar a una pasantía en Mirazur, cuando el restaurante de Mauro Colagreco tenía aún solo dos estrellas Michelin. 

Mirazur me enseñó un montón y me dio una sensibilidad que no tenía. Me hizo saber lo que soy capaz de trabajar. Si puedo hacer esto por un dos estrellas Michelin, lo puedo hacer para mí”, dice sobre lo que, de alguna manera, fue el germen de lo que vendría con Julia. De Colagreco, cuenta que “me trató muy bien. Impone respeto pero fue muy abierto a enseñarme. Así que chapeau”.
Con Mauro Colagreco, durante su pasantía en Mirazur. Foto Gentileza Julio Báez

Con Mauro Colagreco, durante su pasantía en Mirazur. Foto Gentileza Julio Báez

A los dos años de su regreso, el hotel cerró y Julio se incorporó como jefe de cocina en Aramburu Bis, de Gonzalo Aramburu, con las reglas claras de que era algo temporal porque ya tenía en la mira su propio restaurante. Y Aramburu, otro de los grandes cocineros argentinos, “me abrió una puerta enorme. Me dio toda la prensa de la reapertura, en la carta hacía y deshacía lo que quería”, le agradece.
La cocina de Julia. En sus comienzos, eran solo cuatro personas y el chef hacía todo en la cocina. Foto Fernando de la Orden

La cocina de Julia. En sus comienzos, eran solo cuatro personas y el chef hacía todo en la cocina. Foto Fernando de la Orden

Entonces, ya el nombre de Báez empezaba a sonar cada vez más. Y el 10 de julio de 2019 abrió su restaurante: seis meses después del nacimiento de Julia, su primera y única hija, nacía el otro Julia. “Mi abuelo y mi papá se llaman Julio. Abrir en julio fue una casualidad del destino”, dice, la segunda vez que el destino se mete en esta nota.

Qué se come en el restaurante Julia

“El gran salto de un cocinero”, tituló Pietro Sorba su crítica en la revista Viva. En los primeros meses, Julia era, literal, cuatro personas: un bachero, un camarero, una cajera y el cocinero haciendo todo en la cocina. Desde cortar hasta el toque final de las espectaculares presentaciones de Julia.
El crudo de pez limón, uno de los platos que muestra la precisión de la cocina de Báez. Foto Instagram Julia

El crudo de pez limón, uno de los platos que muestra la precisión de la cocina de Báez. Foto Instagram Julia

Pueden ser las flores que componen un cuadro sobre el crudo de pez limón o las láminas de palta que cubren, en una prolijidad obsesiva, la ensalada de pesto blanco y calamar(“La gente viene y dice ‘Quiero ese de la paltita toda cortada’«). En estos casi tres años, también se convirtieron en clásicos el paté con chips de papines fermentados y chutney o el tartar de lomo con nduja, almendras y provolone.
"El de la paltita cortada". La ensalada que es uno de los platos sensación de Julia. Foto: Fernando de la Orden

«El de la paltita cortada». La ensalada que es uno de los platos sensación de Julia. Foto: Fernando de la Orden

El cocinero indie

Pero la verdadera revolución que está haciendo Báez no pasa tanto por lo que sirve en el plato, sino por su visión de la gastronomía.

“Soy un cocinero indie”, se definirá varias veces a lo largo de la charla. En su playlist suenan Aristimuño, Drexler, Conociendo Rusia y las canciones de su hermano, pero el concepto de indie pasa por otro lado. Báez es disruptivo, un rara avis en el mundillo gastronómico.

Por empezar, su restaurante cierra sábado y domingo, los dos días en que la gente más va a comer. “El público que sale en la semana disfruta más de la experiencia”, asegura. Y abre solo por las noches.

Lo que lo determinó estos horarios es la Julia más importante en la vida de Báez: su hija de tres años. No quiere resignar cenar dos noches en casa, ni los fines de semana en familia, ni ir a buscar a Julita al jardín.El restaurante Julia tiene sólo 22 cubiertos. Foto Fernando de la Orden

El restaurante Julia tiene sólo 22 cubiertos. Foto Fernando de la Orden

“Si abriera el mediodía, estaría en el restaurante de las 10 a la 1. Quiero tener una vida. Trabajé mucho en hotelería, muchas horas: fines de semana, cumpleaños, fiestas… Una vez que sos papá se te abre un poco la cabeza. Es tan lindo disfrutarlos y crecen tan rápido”, afirma.

Cierro 15 días en verano para que todos tengamos vacaciones. Trabajamos nueve horas, a lo sumo el viernes que hacemos limpieza en total hacemos 10 horas y media. Eso es ser revolucionario», señala.

Y sigue: «Julia nunca fue color de rosas, al principio éramos cuatro que nos cargamos el proyecto al hombro, el equipo me acompañó un montón. Pero predico con el ejemplo. Siempre tuve claro lo que quería, llegar a esto. ¿Y como llegás a lo que querés? Tachando todas las cosas que no querés volver a hacer”.Julio con su staff: Ramiro López, Sol Peretti, Sabrina Basso, Leandro Agüero y, abajo, Moo Cirlis Belloso y Mercedes Ferraro. Foto: F. de la Orden

Julio con su staff: Ramiro López, Sol Peretti, Sabrina Basso, Leandro Agüero y, abajo, Moo Cirlis Belloso y Mercedes Ferraro. Foto: F. de la Orden

Tachó un solo franco, tachó los fines de semana, tachó trabajar 15 horas. Y, muy importante, marcó con resaltador “brindar mejores condiciones laborales dentro de las posibilidades que uno tiene”.

“Más allá de lo tributario, que sabemos que no ayuda demasiado, ser lo más justo y sincero con el equipo. Es re difícil pero de mínima estar en blanco, que si te enfermás tengas una obra social. Cobrar un sueldo acorde, no le podés pagar a alguien lo mismo todo el año con 50% de inflación. Si al restaurante le va bien, nos tiene que ir bien a todos; si le va mal, nos ajustaremos. Lo principal es ser justo y sincero”, repite.

Julio dice que cuando alguien se mete en gastronomía tiene que pensar que «podés vivir bien, nada más. Te vas de vacaciones 15 días, te querés comprar una pilcha y te la comprás”. Asegura que sabe bien hasta dónde da el restaurante y que su meta es comprarse su casa, no hacerse millonario.

“¿Millonario a costa de qué? –se pregunta–. Todos sabemos en qué termina el estrés. Si abro siete días tengo que contratar más gente, más sueldo, la ecuación es ¿por cuánto? No, me quedo el sábado y domingo en casa y prendo el kamado en el balcón, o me voy a ver a mis viejos”.Báez dice que no quiere ser millonario. Y propone rediscutir los valores en la gastronomía. Foto Fernando de la Orden

Báez dice que no quiere ser millonario. Y propone rediscutir los valores en la gastronomía. Foto Fernando de la Orden

Por todo esto, Julia es un great place to work para los más jóvenes: “Sol Peretti, mi jefa de cocina con la que ya nos entendemos sin mirarnos, dice que sólo se irá abriendo algo propio. Cuando entrevisto a alguien me importa que haya química. Si no sos sincero y buena persona, no me importa si sos un crack con los vinos”.

De su generación, define como sus amigos a Peretti y a Pedro Bargero, el chef de Chila, y a Francisco Seubert, el panadero de Atelier Fuerza, “tiene una sensibilidad increíble y estamos tres meses sin vernos y cuando charlamos coincidimos un montón”.

Toda la filosofía de Báez sobre este negocio quedó expuesta en un comentado posteo que hizo en Instagram hace un par de semanas y que generó que otros cocineros, como Martín Pons, también denunciaran las malas condiciones laborales en el rubro. https://www.instagram.com/p/CapOMXqr1o9/embed/captioned/?cr=1&v=14&wp=471&rd=https%3A%2F%2Fwww.clarin.com&rp=%2Fsociedad%2Fchef-restaurante-momento-todas-mesas-reservadas-meses_0_c9GunRiDtS.html#%7B%22ci%22%3A0%2C%22os%22%3A11151%2C%22ls%22%3A10773%2C%22le%22%3A11145%7D

“No hago nada que no podría hacer otro cocinero sensible –sostiene–. Pensar en la gastronomía como algo más integral, todos lo estamos haciendo: trabajar con buenos productos, agroecológicos, pescado de anzuelo… Pero nos tenemos que centrar también en la parte humana«.

«Entiendo que en emprendimientos más grandes es mucho más difícil, nosotros somos siete y me centro mucho en eso: en la gente, en el servicio, que quien viene a Julia sienta que está en su casa. Y eso se logra con un equipo que crea calidez”, cierra. Quizás esto sea también parte del destino para Julio Báez: empezar una revolución indie y silenciosa que transforme las reglas de la gastronomía.

Dolli Irigoyen y el potencial de la gastronomía cordobesa: “Tiene una riqueza inigualable”

Fuente: La Voz ~ La madrina del Festival Gastronómico Peperina habla sobre los productos típicos de la provincia. Además, revela qué tiene que saber de antemano aquel que quiera dedicarse a la gastronomía.

Alta Gracia. Son las 13.30 del miércoles 13 en el restorán Herencia, casa de cocineros en Alta Gracia. Por la noche se realizará un evento que cuenta con la presencia de la reconocida cocinera Dolli Irigoyen. Los ayudantes van y vienen de la huerta al espacio de comidas y aunque Dolli está por brindar una nota televisiva, está atenta a todo y a todos.

“Sé que revisaste bien, pero allá arriba hay unas más”, le habla a una joven colaboradora que prepara la mise en place para la cena. A su lado, Roal e Ignacio Zuzulich a cargo del restaurante altagraciense, la acompañan y la reciben como parte de la “cofradía” que forman los cocineros en Argentina.

Bake Off, MasterChef, El Gourmet, Utilísima, son sólo algunos espacios que tuvieron como protagonista a una de las chefs más importantes de este país: Dolli Irigoyen.

Con más de 40 años de experiencia, maestra de reconocidos cocineros nacionales, y con un recorrido por los distintos sabores del país, la cocinera se presentará para realizar una clase magistral en el festival Peperina de Alta Gracia el próximo sábado 16 de abril con entrada libre y gratuita.

Dolli Irigoyen es la madrina del evento gastronómico en Alta Gracia (junto con Soledad Nardelli que se encuentra en Europa). “Siento una gran alegría de que se haya vuelto a poner la rueda en movimiento y de que Peperina se haga por sexta vez. Me da mucha alegría venir al interior del país, ver el entusiasmo de la gente, ver la participación de los cocineros, de los restoranes, como todos le ponen el hombro, como todos vienen a estar, a mostrar sus pequeñas reliquias. Venir, aprender, mirar, oler, todo eso a mí me da mucha felicidad””, destacó.

Dolli Irigoyen y la familia Zuzulich, en el restaurante Herencia.
Dolli Irigoyen y la familia Zuzulich, en el restaurante Herencia.

Con su libro Cocina Argentina (que está agotado en este momento), recorrió el país para “recuperar los mejores sabores”, conocer los microemprendimientos y la gente que trabaja en ellos. Para Dolli, a veces en Latinoamérica, no solo en Argentina, las políticas de Estado apuntan a las grandes producciones, y no al microemprendimiento, a defenderlo.

-En ese recorrido por el país, en el caso de Córdoba, ¿qué elegiste y viste como más autóctono?

-Córdoba tiene muchísimo. El maní es uno de los productos más importantes, los aceites, todo eso se exporta al mundo. Hay un maní en especial que es la pasta de maní que recién ahora en Argentina se la empieza a disfrutar a comer con los vegetarianos, los veganos. Antes todo eso se exportaba a Estados Unidos. Traslasierras es un lugar extraordinario de quesos de cabra, tienen un aceite de oliva que salió premiado en el mundo. Ahora, tiene viñedos. El maíz blanco para hacer la polenta. Hace años lo descubrimos y recién ahora se pone en valor este producto. Córdoba tiene además una cuenca lechera súper importante, donde se hacen muchísimos quesos y muchísimo de lo que va a Buenos Aires. Así que, Córdoba tiene una riqueza inigualable.

-En los últimos tiempos estuviste presente como jurado de Bake Off e invitada en MasterChef, ¿cómo vivís esa exposición?

-Desde siempre la gente me reconoce en la calle, te pide una foto. A mí lo que me interesa a través de la televisión es ser absolutamente honesta, tratar de enseñar, que es lo que he hecho en todos los programas anteriores. Ir con el participante y ayudarlo, corregirlo. Siempre me toca hacer un poco el personaje de la estricta, si bien soy estricta en la cocina también nos divertimos. ¿Cómo recibo? Con mucho agradecimiento al que se quiere sacar una foto, al que te quiere hacer una pregunta. La verdad es que hay que agradecer en la vida lo que te devuelve la gente, mucho cariño, gratitud.

-Para aquellos que quieran incursionar en la cocina de nivel profesional, ¿cuáles podrían ser tus consejos?

-Primero es entrar en la cocina y darse cuenta si realmente su pasión es la cocina, porque hay que poner mucho esfuerzo, muchas horas de trabajo, muchos días feriados. Hay que aprender a lavar platos, a pelar papas, cebollas. Si todo eso te sigue gustando, ponerse a estudiar, está bueno hacer una carrera, está bueno practicar en una cocina, practicar en una casa. Ponerse bajo las órdenes de algún buen cocinero. No, uno dos meses y ya se van porque creen que se las saben todas. Si no es ponerle garra, ponerle pasión, agradecer si alguien de una cocina como esta, la de Roal (Zuzulich), te permite entrar. A veces los sueldos son muy bajos porque la gastronomía está mal. No permite pagar mejores sueldos. Es crecimiento y es aprender. Primero darse cuenta, saber que hay que poner muchas horas de trabajo, mucha garra, mucha pasión. Si todo eso existe, estás en una cocina que te va a dar mucha felicidad.

Tras dos años, reabre El Obrero: “Vamos a arriesgar, pero sabemos que nos puede salir mal”

Fuente: Clarín ~ Silvia y Juan Carlos Castro son los dueños de este restorán con historia que fundó su padre hace 70 años. “Necesitábamos volver a abrir por papá, por nosotros y los clientes. Nos conformamos con no perder”, coinciden.

Preocupados más que ilusionados. Así sería la síntesis para definir los rostros de Silvia y Juan Carlos Castro, los dueños del mítico bodegón El Obrero, que después de dos años cerrado por la pandemia, este lunes volverá a abrir sus puertas.

Tras innumerables cabildeos familiares en los que aparecieron diversos factores como la dura realidad económica nacional, pero también el recuerdo del sacrificio de Marcelino, padre de los hermanos y fundador del local, finalmente se decidió que «era ahora o nunca más».

«Uno extraña los quilombos, viste, pero también uno se pregunta: ‘¿Otra vez? ¿Para qué con esta realidad que tira abajo cualquier emprendimiento?’. Pero es parte de la vida del laburador. Si yo seguía quieto, sin hacer nada, me iba a enfermar… Ahora por lo menos tengo la cabeza ocupada, siento que estoy en carrera, me siento vivo, pero uno se hace mucha malasangre porque se exige y quiere todo perfecto… y no se puede»."Es casi como arrancar de cero, pero con una trayectoria, con un nombre que el cliente conoce, y eso es una ventaja, pero por lo demás sí, es un volver a empezar", dicen los dueños de El Obrero.
 
Foto: Lucía Merle

«Es casi como arrancar de cero, pero con una trayectoria, con un nombre que el cliente conoce, y eso es una ventaja, pero por lo demás sí, es un volver a empezar», dicen los dueños de El Obrero. Foto: Lucía Merle

Hablan por sí solos los ojos claros de Juan Carlos, que denotan conflictividad. Tiene pesadillas con esa heladera que no arranca y con unas goteras caprichosas. «Una casona como ésta, que tiene 110 años de antigüedad, no puede estar fuera de uso durante tanto tiempo porque se produce un deterioro general. Pero ya está, acá estamos, con muchas ganas, pasa que uno ya no tiene la edad de antes«, expresa el polifuncional Castro, de 60 años.

Lo mira con una sonrisa afectuosa Silvia, que también está de aquí para allá poniendo todo en condiciones para volver a empezar. «Es casi como arrancar de cero, pero con una trayectoria, con un nombre que el cliente conoce bien, y eso es una ventaja, pero por lo demás sí, es un empezar de cero. Tuvimos que registrar la marca, que estaba vencida y nos la podían sacar, y fue desgastante recuperar la línea telefónica, que mi papá la tenía desde 1954 cuando abrió, y nos la cortaron porque nos atrasamos dos meses con el pago, ¿podés creer? Reabrir, con todo lo bueno que significa, es demoledor».

A diferencia de los tiempos prepandémicos, El Obrero de abrirá de lunes a sábados, sólo de noche, a partir de las 20, hasta que se retire el último comensal. «De arranque hay que ser prudentes», justifican Juan Carlos y Silvia, que se arremangan y se ponen el overol. «También baldeamos, pasamos el trapo, ejerceremos de mozos, cajeros y si hay que dar una mano en la cocina también lo haremos», hacen saber mientras ella franelea unos cuadros con celebridades que probaron los manjares de la casa.

Se sabe que la fama de El Obrero va más allá de los límites del barrio de La Boca y del contorno de la Ciudad de Buenos Aires. Por este bodegón desfilaron figuras internacionales de la talla de Bono, Manu Chao, Serrat y Sabina, Susan Sarandon y Willem Dafoe, Francis Ford Coppola y Robert Duvall y el príncipe Alberto de Mónaco y hasta Bill Clinton, entre tantos otros. Y de todos hay registros fotográficos que posan en las paredes del local. «Parecen imágenes de otro planeta, de otro mundo, de otra vida«, coinciden los hermanos.
"En estos dos años aparecieron muchos oportunistas que querían comprar el local con ofertas que no valían la pena estudiar", dicen los Castro, dueños de El Obrero.

Foto: Lucía Merle

«En estos dos años aparecieron muchos oportunistas que querían comprar el local con ofertas que no valían la pena estudiar», dicen los Castro, dueños de El Obrero. Foto: Lucía Merle

«Estamos teniendo muchos llamados para reservar para la semana próxima y preguntándonos por los distintos platos y sus precios. Aún no tenemos la lista terminada, seremos muy cautos y precavidos, no queremos que sea un lugar al que se venga una vez por mes, trataremos de mantener esa clientela que venía hasta tres o cuatro veces por semana. No vamos a regalar la comida, que haremos con la mejor materia prima, como siempre, pero somos realistas y sabemos lo sacrificado que es salir a comer afuera», enfatiza Silvia.

Muy estrechos a la hora de tomar decisiones, los Castro comentan:  «Necesitamos volver a tomar confianza, retomar el roce con el cliente, con los proveedores, pasó mucho tiempo y el país es otro. Por eso teníamos tantas dudas, por eso demoramos tanto para la reapertura, porque la incertidumbre del país con el que nos vamos a encontrar en este lado del mostrador no es el mismo país que yo miro en la tele desde mi casa», contextualiza Juan Carlos, que admite que desde hace una semana duerme con dos miligramos de Alplax.El mítico salón vuelve a tomar forma. Por aquí vinieron celebridades como Robert Duvall, Francis Ford Coppola, Willem Dafoe y Susan Sarandon, entre otros.

Foto: Lucía Merle

El mítico salón vuelve a tomar forma. Por aquí vinieron celebridades como Robert Duvall, Francis Ford Coppola, Willem Dafoe y Susan Sarandon, entre otros. Foto: Lucía Merle

¿Qué hubiera hecho Marcelino, fundador de El Obrero, en esta circunstancia? «¿Papá? Hubiera abierto hace rato… Él era más expeditivo, menos vueltero, pero así también se equivocaba. De todas maneras, estaría orgulloso de nosotros y del compromiso que tenemos por estas cuatro paredes, que para nosotros también es la vida, como lo fue para él», dice Silvia con una mueca de alegría mirando la urna envuelta en la bandera de Asturias sobre un mostrador, donde se encuentran sus cenizas. «¿Dónde iba estar mejor que acá?».

Revela Juan Carlos que en estos dos años «aparecieron muchos oportunistas que nos acercaron distintas ofertas para comprar el local, pero ninguna nos pareció sensata… Entendimos que se trataba de gente que con un puñado de dólares y tal vez viéndonos desesperados pensó que seríamos presa fácil de la carnada. El viejo se habría decepcionado mucho. Pensá que él fue inquilino de este lugar durante cincuenta años y recién pudo comprarlo en 2004. Si hubiera habido algo serio lo habríamos vendido, lo teníamos hablado».

Están convencidos Silvia y Juan Carlos que «este regreso no es por lo económico, sino por lo psicológico. A esta altura del partido, plata no vamos a ganar, no tenemos ningún tipo de pretensiones materiales, el objetivo es poner en funcionamiento el lugar y salir hechos, empatados… ¿Cómo imagino las primeras semanas? Irregulares, con buena cantidad de gente desde el jueves y cuesta arriba los lunes, martes y miércoles. Pensá que donde estamos nosotros, sobre la calle Caffarena, no hay nada, ni un barcito, ni un café, sólo está La Usina del Arte, que cierra cuando nosotros abriremos».Escenografía clásica. Volvieron a colgar las banderas que estuvieron en el depósito. La de Asturias, con la cruz amarilla, en homenaje a Macerlino, el fundador.

Foto: Lucía Merle

Escenografía clásica. Volvieron a colgar las banderas que estuvieron en el depósito. La de Asturias, con la cruz amarilla, en homenaje a Macerlino, el fundador. Foto: Lucía Merle

La galopante inflación, el descontrol de los precios, los bolsillos cada vez más flacos… Con esos argumentos, Silvia y Juan Carlos intuyen buena parte de la película que reestrenarán. «Imaginate que desde 1954 nuestro padre primero y nosotros después hemos atravesado un montón de crisis y salimos adelante. Uno confía en que este tobogán algún día se enderezará, pero no queremos enfermarnos aquí adentro si vemos que no hay salida. Como contemplamos la chance de que no funcione, estipulamos un plazo máximo de dos años. Si no cambia la mano, ahí sí bajaremos la persiana«.

Dedicados al rubro gastronómico desde hace añares, los Castro son muy observadores del termostato anímico general. «Cuando decíamos otro país, nos referíamos a cuánto cambió todo para peor después de la pandemia. La gente está transformada, nos llama poderosamente la atención que se perdió la capacidad de disfrute. Predominan el miedo y el decaimiento, y se quiere conservar los poquitos ahorros que quedan», diagnostica Silvia.

Sin embargo, chusmean los dueños que varios curiosos ya consultaron si se mantendrán los hits de la casa como la tortilla babé de tres dedos de altura, la corvina a la vasca con ajo y pimentón, las rabas anchas, secas y doradas, el suculento ojo de bife, o la milanesa a la napolitana que parece el mapa de China. «Esa es nuestra identidad, el bonus track, lo que mantiene una pequeña dosis de esperanza y tiene que ver con la calidad», garantizan.Florencia Vita se suma a esta nueva etapa de El Obrero. Aquí junto a su mamá Silvia Castro.

Florencia Vita se suma a esta nueva etapa de El Obrero. Aquí junto a su mamá Silvia Castro.

Y en esa «pequeña dosis de esperanza» asoma una nueva integrante de la «familia obrero». Se trata de Florencia Vita (36), hija de Silvia, que después de años cumplirá un anhelado deseo postergado. «Es la hora de poner el hombro y apareció esta posibilidad de devolverle a El Obrero todo lo que me dio en mi niñez y adolescencia, porque yo crecí y jugué en estos pasillos… Recuerdo que me quedaba dormida en una de las mesas del salón con tal de esperar a que mi abuelo (Marcelino) terminara de trabajar», desliza emocionada hasta las lágrimas.

Florencia será camarera pero en sintonía con su familia: «Estoy dispuesta a arremangarme en lo que sea y hasta donde me dé (está embarazada de cinco meses). Fueron tiempos muy difíciles y no quería perderme la reapertura de un lugar tan trascendente en mi vida. Más allá de lo que implica a nivel gastronómico, El Obrero me sacude emocional y afectivamente, por eso estoy atravesando un montón de sensaciones hermosas. Después de que tenga a mi bebé, pienso volver a este lugar, porque estoy comprometida con la causa», se seca las lágrimas. 

Hace menos de una semana, solos en el salón tomando un café, Silvia y Juan Carlos decidieron que el lunes 11 sí o sí sería «el re-bautismo», y les costó mucho admitir que «no todo será como era antes. Debemos adaptarnos a estos tiempos y salir a la cancha con lo mejor que tenemos. No estamos diez puntos, pero sí nos brindaremos a lo máximo que esté a nuestro alcance«. 

La otra aventura de Enrique Piñeyro: Anchoíta, el restaurante que rescata los mejores productos argentinos

Fuente: Clarín Gourmet by María Florencia Pérez ~ El multifacético piloto y cineasta de los vuelos humanitarios, es también cocinero y dueño de tres emprendimientos gastronómicos en Chacarita.

De camisa blanca, galones y estricta corbata: la “estampa aeronáutica” de Enrique Piñeyro se vio en las crónicas publicadas los últimos días en que piloteó su avión en una misión solidaria para rescatar refugiados de Ucrania. Menos difundido está su semblante de cocinero, líder empático de una tripulación de 70 personas, (esta vez, al servicio de un restaurante, una panadería y un bar de vinos).

En 2018, el hombre de los “contrapuntos” -como él llama a sus múltiples facetas: director de cine, médico, actor, etc- irrumpió en el circuito gastronómico con Anchoíta, un restaurante empecinado en poner en valor los mejores productos argentinos con una relación precio-calidad poco frecuente en este nivel de propuestas.

Mi idea inicial era hacer un lugar con una cocinita experimental. Unas 4 mesas, cobrar algo simbólico por lo que estoy probando y si sale mal, yo pago la pizza y listo. No sé cómo terminé con esto”, dice Piñeyro.

Y por “esto” se refiere a Anchoíta (Juan Ramírez de Velasco 1520) un restaurante con capacidad para 65 comensales por turno al que hace falta reservar al menos con un mes de anticipación y que en pandemia desarrolló dos brazos en paralelo: Panadería de Anchoíta (Aguirre 1562) y Anchoíta Cava (Juan Ramírez de Velasco 1456), todo en el prolífico polo gastronómico de Chacarita.Enrique Piñeyro al comando de los fuegos de su restaurante Anchoíta. Foto Germán García Adrasti.

Enrique Piñeyro al comando de los fuegos de su restaurante Anchoíta. Foto Germán García Adrasti.

De todas sus vocaciones, esta fue de las más prematuras. “Tenía 4 o 5 años cuando empecé a notar que la gastronomía en casa estaba un poco complicada, a mi padre no le gustaba el ajo y la cebolla y mi madre (N.de la R: Marcela Rocca, integrante de una de las familias más ricas del país) decía que era una gran cocinera pero rara vez la vimos poner una pava de agua a hervir”, dice con gesto cáustico.

Ese diagnóstico precoz y la epifanía alquímica que experimentó al ver un huevo crudo transformarse en un huevo frito fueron impulso suficiente para que emprendiera un camino autodidacta en la cocina que derivó en este ecosistema de emprendimientos que cosechan elogios de la crítica especializada, y que dentro del ámbito gastronómico tienen prestigio de “buenos lugares para trabajar”.

Cuando no está piloteando su Boeing en una misión humanitaria o haciendo su unipersonal “Volar es humano, aterrizar es divino” en alguna sala española, Piñeyro está al comando de los fuegos del restaurante Anchoíta. Por supuesto que no está solo.

En el salón del restaurante llama la atención una foto de La Naranja Mecánica, la selección holandesa que fue sensación en el Mundial de 1974, y que para el dueño de casa es un modelo del trabajo en equipo.

Por eso se aseguró su propio dream team liderado por la sommelier Valeria Mortara como directora de todo el proyecto y María Luján Otero y Santiago Aris como jefes de cocina y responsables de Panadería Anchoíta y Cava Anchoíta respectivamente. Un hongo de la huerta de Anchoíta.

Un hongo de la huerta de Anchoíta.

-¿Cómo se arma un equipo de trabajo que funcione perfecto?

-Cuando tenés un generalato como el de Anchoíta, seguro van a traer a las personas correctas. Después, aplicando criterios de aviación: el error no se sanciona, acá no se grita. Está prohibido el más mínimo maltrato de esos al que la cocina es tan afecto. Estamos a la vista de todo el mundo, aunque no estuviera prohibido no podrías hacerlo porque es un papelón.

Manejando tripulaciones vas aprendiendo que el liderazgo, si bien no es democrático porque el comandante toma las decisiones, tiene que saber escuchar. A los pilotos les pedimos que sean asertivos a la hora de señalar un error al comandante. La jerarquía no impide que se te advierta sobre los errores que cometés y los errores no se sancionan porque son parte indivisible de la conducta humana.

Este trabajo no demanda solo muñeca para sartenear, hay que liderar un equipo y hacerlo funcionar en términos de que sea productivo, no interfiera en las tareas, resuelva los problemas y use todos los recursos disponibles.Enrique Piñeyro con los "tripulantes de la cabina" de Anchoíta. Foto: Germán García Adrasti.

Enrique Piñeyro con los «tripulantes de la cabina» de Anchoíta. Foto: Germán García Adrasti.

-¿Qué lugar creés que ocupa hoy Anchoíta en la escena gastronómica porteña?

-Las devoluciones son soñadas. A veces me sonrojo, cambio de tema. Siento que en el fondo ven que tratamos de poner en valor esas cosas que uno en la infancia deseaba, el cubanito con dulce de leche que damos con el café. Conectar con cuánto me gustaba el alfajor Havanna que el grupo Exxel  destruyó. Nuestra reversión está a años luz, es más un gesto que otra cosa. Intento acercarme a eso.

-También hay una intención de poner en valor la gastronomía argentina en general…

-Es que vos preguntás por la gastronomía argentina y te dicen que no existe. Después, te responden: “Bueno, el asado… El locro y la empanada del norte… El cordero en la Patagonia”. ¿Y el mar? ¿Tenemos miles de kilómetros de costa y no hay nada? Después en España y te dan langostinos argentinos y acá no hay. O hacés un vuelo y registrás la pesca ilegal y decís: “Loco, paremos, no puede ser…”.

Nosotros trabajamos con una antropóloga e historiadora que está conectada con productores locales. Conoce ingredientes secretos, frutas tropicales nativas que parecen de Sri Lanka, crecen en el tronco del árbol y no podés ni pronunciar el nombre. Sueño con poder generar una cooperativa de recolectores, cazadores y pescadores.Enrique Piñeyro en su restaurante Anchoíta.
Foto: Germán García Adrasti.

Enrique Piñeyro en su restaurante Anchoíta. Foto: Germán García Adrasti.

De hecho ya trabajamos con una cooperativa de pesca para todo el pescado de río. ¿Por qué tengo que ir a Rosario o San Pedro para comer dorado? Pasa que se autoriza mucha exportación de pescado de río. Ese es el problema. Después de dos años de trabajo, hace una semana empezamos a servir pulpo de Chubut. Hemos traído langosta, erizo, cosas que en el Senasa no están ni catalogadas.

-Estuvieron casi dos años cerrados y reabrieron a mediados de febrero. ¿Hay cambios?

-Ahora vamos a hacer una cocina de fuegos afuera. La idea siempre es usar los ingredientes locales con todas las tecnologías disponibles: cocción al vacío, la Thermomix, los liofilizadores, todo lo que se te ocurra. 

Perdimos un par de mesas en la post pandemia porque ahora el bar es bar, no servimos más comida ahí. Y hay una mesa de quesos a la decidimos darle lugar porque nos encontramos con productores que la verdad, no extraño nada pero nada de Europa. En Anchoíta cava tenemos 120 quesos distintos y es uno mejor que el otro. Es toda producción local, pero a veces son productos que no llegan a Buenos Aires.

Entonces, de golpe te das cuenta que esto es un showcase de todos esos productos: los pulpos, los quesos, las frutas selváticas del norte, las abejas – en Misiones hay muchas, hasta de avispas-. Argentina es un vergel en términos de producto que en Europa se lo sueñan. Podríamos tener todos animales de pastura. El feedlot es una sobreexplotación inútil en un país con tanta extensión de tierra…Cava Anchoíta a pleno, la última apertura de Enrique Piñeyro.

Cava Anchoíta a pleno, la última apertura de Enrique Piñeyro.

-También tiene jamones de cerdos criados con bellotas. ¿Cómo es esa producción?

-Los cerdos de bellota pastan libres. Nos juntamos con el productor Joaquín Villegas que era el que los tenía, se los compramos y empezamos a trabajar juntos. Sus cerdos eran muy grandes y estamos viendo de traer animales más chicos, más manejables. Están en bosque de robles de 1800 y pico que plantó una francesa.

Además tenemos trazabilidad absoluta. Tenemos una huerta en el Delta que lleva adelante Santiago Velazquez. Es como estar en el río Mekong -un claro en la selva-. También, un campo en Pilar, gallinas, huevos a los que no les ponemos nada, ni calcio. ¡Las discusiones que tenemos con las hormigas se resuelven con agua!

-¿Los proyectos gastronómicos los pensás como emprendimientos rentables?

-No, para mí los proyectos tienen que ser impecables. Hay un libro que se llama Zen en el arte del tiro con arco. Básicamente el concepto que encierra es: hay dos formas de dar en el blanco, uno es tratar apuntar y que la flecha vaya donde estás mirando. La otra es que tu postura corporal sea impecable y al blanco vas a llegar solo.

Hay otras rentabilidades: los desarrollos, los proyectos, las cosas creativas, los equipos, la empatía sea con un refugiado o con uno que se sienta a comer en tu casa, es lo mismo en un punto.El pescado de río de Anchoíta.

El pescado de río de Anchoíta.

¿Es rentable una escuela rural ? No, pero si podés generar los fondos para generar todos esos proyectos sin que te preocupe particularmente la rentabilidad económica, es como lo del tiro al arco y la postura corporal. Las cosas hay que hacerlas bien, después el resto vendrá solo.

-Anchoíta estuvo cerrado casi dos años por la pandemia…

-Sí, dos años pagando todos los sueldos que además, actualizamos por la inflación. Rechazamos la ayuda estatal porque no nos hacía falta, para que fuera a gente que realmente lo precisara y no se perdieran fuentes de trabajo. Lo podíamos hacer. Si vos tenés en cuenta eso, este lugar no va a ser redituable nunca.

Pero también podés sacar eso de la contabilidad, decir: la pandemia fue una hecatombe. Por suerte, teníamos resto para mantener a la gente trabajando. Fuimos experimentando, buscando, se abrió la panadería, la cava, proyectos paralelos y ahora estamos abiertos y allá vamos…

La rentabilidad seguramente vendrá. Además, hacer las cosas bien, ponerle atención al detalle, armar equipos, cuidar los productos y la relación con los productores es una rentabilidad en sí misma, te pone de buen humor.Enrique Piñeyro cocinando un "Vacío al vacío al chimichurri" en su restaurante Anchoíta.
Foto: Germán García Adrasti.

Enrique Piñeyro cocinando un «Vacío al vacío al chimichurri» en su restaurante Anchoíta. Foto: Germán García Adrasti.

-Dirigiste películas y volaste aviones de línea, entre tantas otras cosas, sin embargo, en una nota dijiste que cuando empezaste a cocinar en Anchoíta te diste cuenta cómo era trabajar de verdad…

-Es que todo lo demás me parecía una diversión. El del restaurante es un trabajo divino porque es una coreografía, es una cosa muy en tiempo real pero es trabajo en serio, exigente física y psíquicamente. Actuar o volar eran una diversión total. Esto es una diversión total pero a cambio de una cuota de trabajo en que se pone el cuerpo y la cabeza de otra forma.

Todo lo otro es más relajado. Obviamente, si te aprietan los botines en un avión es más complicado. Acá, el peor escenario es un tipo encabronado porque no le llega la comida. ¿No podés manejar eso? Andá a la mesa, llevale algo, explicale por qué está demorado. Hay gente que está encabronada con la vida y eso no lo vas a arreglar. Pero esos no vienen acá. La gente que viene acá quiere disfrutar.

-No hacen publicidad, sus redes sociales casi no tienen actividad: ¿les basta con el boca a boca para llenar los locales?

-La verdad es que todo lo que hicimos fue abrir la puerta. El website es patético, tiene la dirección, el logo de Anchoíta y el horario. No sé cómo sería el presupuesto de publicidad. Pero nosotros eso lo hacemos a nivel interno, con la gente que está acá.La huerta de Anchoíta en el Delta.

La huerta de Anchoíta en el Delta.

Cuando empezamos a hacer las pruebas con el pulpo, lo cortamos y pasamos mesa por mesa, diciendo “pulpo, pulpo..” para que lo prueben y ya está. O tal vez, invitar un plato que estás probando, darle los cubanitos a todo el mundo con el café. Ese es nuestro presupuesto de publicidad: ¡somos bien ricoteros!

-¿Y cómo sos como comensal cuando salís a un restaurante?

-Soy adorable, soy el mejor comensal del mundo (risas). Valoro muchísimo porque sé el esfuerzo que hay detrás (ahora mucho más que antes). Ya no pido tanto lo que quiero comer como lo que me da curiosidad, aquello que quiero entender qué hicieron, en qué estaban pensando. Y si algo no está bien, lo digo con mucho amor, porque quiero que esté bien, porque quiero al lugar.

-¿Vas siempre a los mismos lugares? ¿Cuáles te gustan?

– Me gustan lugares como Italpast, Oviedo, Hong Kong Style, Rosa Negra, Alo’s, Bestia, Na Num, Aldo’s, Crizia, Elena, El faro de Vigo, El Obrero, La Martita, cerca de la autopista 25 de mayo. Me gusta cada uno en su mundo y con sus cosas.Enrique Piñeyro en su restaurante Anchoíta.
Foto: Germán García Adrasti.

Enrique Piñeyro en su restaurante Anchoíta. Foto: Germán García Adrasti.

Y también me gusta que me lleven a lugares nuevos. Tengo pendientes varios. Pero soy espantosamente “conserva”. Me da miedo perder una cena al ir a un lugar malo. ¡Podría haber ido a todos estos lugares que me encantan! ¿Y si voy y es malo? ¡Me da escalofríos! (Risas)

Darío Gualtieri. “El lujo excesivo pasó de moda”, afirma el “más francés de los chefs argentinos”

Fuente: La Nación ~ Distinguido por la Académie Culinaire de France, a dos años de haber cerrado su bistró a causa de la pandemia, le pone su toque personal a una clásica parrilla palermitana.

Obsesivo, detallista, perfeccionista. No por nada Darío Gualtieri fue el primer chef argentino en participar del concurso más relevante y exigente de la gastronomía del mundo: el Bocuse d’Or. Eso fue en 1999, y ya para entonces había cocinado junto a Francis Mallmann y había sido chef de La Mansión Park Hyatt Hotel. Son numerosas y destacadas las cocinas en la que puso su arte –entre ellas las de Llao Llao Hotel & Resort, donde fue chef ejecutivo, o de Casa Umare–, trayectoria que le valió en 2005 el reconocimiento de la Académie Culinaire de France, hasta que en 2015 abrió su Darío Gualtieri Bistró, proyecto truncado por la cuarentena.

Hoy vuelve al ruedo como asesor gastronómico de un clásico de Palermo –Lo de Jesús/La Malbequería–, donde el “más francés de los cocineros argentinos” (como suelen llamarlo sus colegas) le da una vuelta de tuerca a un clásico: la parrilla argentina.

Terminando platos en un evento en La Malbequería
Terminando platos en un evento en La Malbequería

–¿Qué cambió en la gastronomía a partir de la pandemia?

–Cambiaron los escenarios. Antes de la pandemia un cliente buscaba siempre un salón y hoy disfruta mucho más el aire libre. Y al cambiar el escenario cambia también el servicio y la forma de la gastronomía: hoy se busca algo que sea más confort food, más amable para comer, que incluso se pueda comer con las manos, totalmente distendido. Por otro lado, ya no hay casi etiqueta. Las personas salen a cenar y no se visten para la ocasión. Creo que la gente se dio cuenta de que hoy no solamente es salir a comer. Es tener una experiencia, que lo que uno come sea rico y también que sea sano. Porque las personas se tuvieron que empezar a cuidar.

–¿Hoy la gente tiene tiempo para un menú degustación?

–Acá en La Malbequería vienen, comen y se quedan haciendo una sobremesa que supera casi tres veces al tiempo de la comida. Eso te da la pauta de que puede haber un menú degustación. Nosotros cada vez que hacemos uno se llena, ¡y a cualquier hora! Tenemos atardeceres con un menú de cinco pasos, de carnes al asador que empiezan a las 6 de la tarde y tenemos gente en lista de espera. Me parece que hoy puede funcionar cualquier propuesta gastronómica que sea atractiva e interactiva, con buena calidad, y que proponga una experiencia distinta.

–¿Y qué no funcionaría hoy?

–Hoy no haría un restaurante con un lujo increíble. Sí con la mejor calidad, pero no lujo. Si voy a plantear un restaurante para que vengan a comer a mi casa no voy a poner roble de Eslavonia en el piso, sino un cemento alisado divino. Para mí el lujo pasó de moda. Creo que con la pandemia el ser humano empezó a pensar cuáles son los valores de la vida. ¿El lujo extremo o disfrutar de la vida? Y la vida la podés disfrutar en un picnic con tus seres queridos. O simplemente escuchando Bach, Philip Glass o lo que te guste.

Darío (der) junto al destacado chef francés Paul Bocuse, cuando participó en 1999 del concurso Bocuse d´Or en Lyon; a la izquierda Ariel Rodríguez Palacios
Darío (der) junto al destacado chef francés Paul Bocuse, cuando participó en 1999 del concurso Bocuse d´Or en Lyon; a la izquierda Ariel Rodríguez PalaciosMAXIMILIANO VERNAZZA

–Hablando de cambios, ¿estamos descubriendo los argentinos que un bife de chorizo puede ser alta gastronomía?

–Totalmente. Pasa que los argentinos históricamente no valoramos lo que tenemos. Todo lo de afuera siempre nos parece que es mejor. Así siempre va a ser muy difícil ver que una empanada puede ser alta cocina.

–¿A vos cómo te afectó la pandemia?

–Yo me enteré de la pandemia antes de que llegara a la Argentina, por unos médicos amigos de mi mujer. Decidí cerrar el restaurante en los primeros días de marzo, para ver qué pasaba, pero no sabía que iba a durar tanto. Yo aguanté la mitad de lo que duró y en la mitad tuve que salir a vender cosas para poder cumplir con todas las deudas. Un día estaba barriendo la vereda del local y pasa Martín Sammartino [creador de La Malbequería]; me pregunta qué estaba haciendo. “Cerré”, le dije. “Por qué no te sumás a nosotros”. Entonces estaban con un proyecto de delivery, y ahí empecé a trabajar con su equipo y su jefe de cocina, Juan Manuel Ferrari. Y eso me cambió la visión de la gastronomía y del servicio. Porque nos pusimos a pensar qué les gustaría comer a las personas que estaban encerradas en su casa. Buscamos distintas alternativas y nos dimos cuenta de que lo que iba a funcionar era la comida familiar, el confort food. Porque la gente lo que buscaba era como un mimo familiar. A mí me cambió un montón y me costó un montón. Venía estructurado, de un menú degustación de pasos, que cada paso tenía dos salsas distintas, una cocción como mínimo, guarniciones y un armado complejo del plato, a decir “vamos a hacer buñuelos de acelga con una salsa alioli”. Pero tenía que ser un buñuelo que llegara en delivery perfecto. Y eso fue un aprendizaje. ¿Vamos a hacer una milanesa, pastel de papas? Tienen que ser las mejores milanesas y el mejor pastel de papas, y tienen que llegar bien a la casa.

Junto a Juan Manuel Ferrari, jefe de cocina de La Malbequería
Junto a Juan Manuel Ferrari, jefe de cocina de La Malbequería

–¿Hoy seguís siendo tan obsesivo y minucioso como cuando participaste del Bocuse?

–En realidad, soy exigente con las cosas que tienen que ser sí o sí. El aspecto higiénico, el procedimiento, el abastecimiento, el traslado y todo lo que tiene que ver con la trazabilidad del producto. Llega el verdulero con sus productos orgánicos al restaurante y hago la misma inspección para que todo esté perfecto como cuando estaba en el Llao Llao o en mi bistró. Eso no se modificó. Soy igual de obsesivo. Lo único que cambió es la forma de cocinar o la propuesta. El resto es exactamente igual, soy el mismo Darío de hace 20 años.

–¿Qué recordás de tu trabajo junto a Francis Mallmann?

–Con Francis conversaba mucho. Lo conocí en Hippopotamus. Francis también era joven, tenía 26 o 27 años, y yo 16. Éramos todos chicos en el grupo que lo acompañamos a abrir su restaurante en Palermo. Creo que fue la primera persona que vi que salía de la cocina a hablar con los clientes. Antes estábamos todos adentro de la cocina y cuando salías no pasabas por el salón, salías por la puerta de servicio ya cambiado. Mallmann nos explicó que las personas tenían que tener cultura para poder hacer el servicio, saber de muchas cosas, historia, música, para poder crecer y comprender por qué estabas cocinando eso. Entonces te brindaba material de lectura, te corregía, fue un aprendizaje.

–Hablando de personalidades de la gastronomía, el Gato Dumas te decía que lo tuyo no era la administración de un restaurante. ¿Aprendiste?

–No, por eso trato de buscar alianzas con gente que tenga una visión del negocio. El Gato decía que un cocinero no puede administrar absolutamente nada: “No te pongas a administrar nada porque lo vas a fundir”, me decía. Y es verdad, uno solo piensa en el servicio y en la calidad. Si alguien tomó una copa de vino, yo le invito la segunda. Pero hay que cobrarla, sino uno no va a poder pagarle después a los empleados.

–¿Qué recuerdos tenés de el Gato Dumas?

–El Gato era fantástico. Yo estaba en Harper’s y él en su restaurante que estaba cerca, y yo iba a la tarde a tomar un café con leche con él. Todo esto que todo el mundo ahora habla de kilómetro cero, del producto nacional, de traer el espárrago de Córdoba y la alcaparra de Santiago del Estero, eso lo hacía el Gato Dumas en los 80. Nosotros no inventamos nada. Me acuerdo que por aquel entonces yo traía un producto de afuera, no me acuerdo qué, y se me aparece el Gato en la cocina del Hyatt y me dice “qué estás haciendo flaco, usá otra cosa, algo de acá, somos argentinos”. Y tenía razón. Fue un pionero de verdad.

–¿Qué destacás de las generaciones más recientes de cocineros?

–Se permiten hacer cosas que por ahí nosotros no hacíamos por prejuicios adquiridos. ¿Poner banana con queso azul? Estás totalmente loco. Era todo diferente, había menos recursos: en los 90, cuando hacía los menús degustación en el Hyatt no había sommelier y era yo el que hablaba directamente con la gente que hacía el vino. Hoy por suerte los más jóvenes tienen en la mochila mucho más conocimiento y lo pueden aplicar mucho más rápido. Admiro a cocineros como Pedro Bargero, Guido Tassi, Alejandro Feraud, Julio Martín Báez, Gonzalo Aramburu… Hacen cosas inesperadas, hasta con una hamburguesa o una empanada. Me parece que van por buen camino.

Es hindú, se consagró como chef en España y decidió instalarse con su restaurante en Argentina

Fuente: Aire de Santa Fe ~ Asís Lamba nació en La India y a sus 31 años es un chef consagrado. Con su espectacular restaurante en Palermo, Buenos Aires, su historia de vida es más que destacable.

La cocina de la casa de sus padres siempre olía a especias. Era su mamá la que pasaba horas cerca de las hornallas para agasajar a la familia y a los invitados con recetas que habían viajado miles de kilómetros en una valija.

La historia de Mamba se hizo bastante viral en las redes sociales. 

Una historia de vida admirable

Para Asís Lamba, de 31 años, ese fue el punto de partida de su amor por la cocina. Al igual que toda su familia, él también nació en la India. Cuando tenía un mes de vida vino a la Argentina, lugar al que habían llegado sus padres unos años antes en busca de mejores oportunidades.

Según informa el sitio web La Nación, “Ellos pertenecen a la religión sijs y fueron unos de los primeros en venir a la Argentina con la idea de abrir una frontera comercial entre ambos países”, cuenta Asís. Su papá, Depinder Lamba, llegó a ser presidente de la Cámara de Comercio entre ambos países y hoy es un importante importador de productos asiáticos. Todavía recuerda la cantidad de veces que sus amigos del colegio iban a su casa a probar comida india. “Para ellos era algo diferente, pero para nosotros era muy normal”, agrega y cuenta que en cada viaje al país asiático, las valijas se llenaban con arroz y harina para poder replicar esos platos típicos.

Después de terminar el secundario en un colegio Martínez , se instaló en Estados Unidos y luego en España donde estudió Administración de Empresas y Hospitalidad. En 2017, decidió volver a la Argentina para empezar uno de sus proyectos más ambiciosos: Mamba, un restaurante porteño que ya fue reconocido a nivel mundial por su diseño.

Adolescencia por el mundo

Asís partió a Estados Unidos con 17 años. Allí estudió en Boston University y, con 21, obtuvo su título en Administración de empresas. Mientras estudiaba, tuvo la oportunidad de hacer una pasantía en el hotel Hilton. Si bien ese primer paso fue muy importante en su carrera, el gran aprendizaje llegó después y en otro país.

A los 21 años, y gracias a su experiencia en hotelería, decidió viajar a España para hacer un máster en Hospitalidad en la Universidad de Les Roches con sede en Marbella. A la 22 tenía ambos títulos y un proyecto que marcaría un antes y un después en su vida. “Conseguí fondos para abrir un restaurante. Fue durante el segundo semestre de mi máster. Me iba a dormir a la 1 de la mañana y me levantaba a las 6 para ir a la facultad”, recuerda.

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Ese primer restaurante se llamó Casa Repepe y lo abrió junto a un socio argentino que también vivía en Marbella. Servían comida tradicional española, pero con un toque moderno y algunas reversiones a donde aparecían los sabores de su infancia. “Hacíamos cocina muy creativa y elaborada. Nos animamos a hacer cosas diferentes y, por eso, la gente nos reconocía”, dice Asís, quien luego compraría y se quedaría con todo el restaurante.

Casa Repepe fue un éxito. Tal es así que fueron elegidos como finalistas en tres ediciones de la Ruta de la Tapa, una de las mayores fiestas para promocionar y fomentar la gastronomía de Marbella. En la última premiación, la torrija de rabo de toro fue la gran ganadora con el primer puesto.

El regreso a la Argentina

Después de recibir una tentadora oferta y vender Casa Repepe, Asís volvió a la Argentina de vacaciones para visitar a su familia. “La idea era venir por un mes y empezar de cero en Madrid, pero me pesó mucho el hecho de haber vivido tanto tiempo afuera”, expresa. “Habia dos patas en la ecuación de volver a la Argentina. Una eran mis amigos y mi familia; y la otra buscar algo para hacer. Ahí surgió Mamba y ahí dije bueno, quizás es momento de volver”.

Durante su paso por el país, se reencontró con Santiago Malbrán, que había sido compañero de colegio y quien se transformó en su socio para su nuevo proyecto: Mamba. Este restaurante, ubicado en Palermo, empezó a gestarse en 2017 cuando ambos se pusieron a buscar el local perfecto. “Fue un proceso muy largo porque le dimos mucha importancia al diseño. El nombre es la mezcla de mi apellido y el de mi socio, Lamba y Malbrán”, cuenta. En donde hoy funciona Mamba, estuvo Unik, uno de los restaurantes del reconocido chef Mauro Colagreco.

Con el nombre ya elegido, los dueños decidieron darle una impronta más imponente: todo el diseño imita el cuerpo de una serpiente en referencia a la Black Mamba, la más venenosa del mundo. Por su disrupción, Mamba fue elegido en 2019 como el restaurante con mejor diseño del mundo por Restaurant and Bar Design Awards en Londres.

Un impulso argentino

“Eso fue un gran impulso aunque, por la pandemia, tuvimos que estar cerrados un año y medio. Para un proyecto que lleva 4 años, es mucho tiempo. Creemos que lo mejor está por venir”. Así como los sabores de un país en el que no vivió se le colaron en su paladar, también lo hizo el espíritu emprendedor de sus padres que dejaron todo para empezar de cero en la Argentina. “Ellos siempre fueron de buscar nuevas oportunidades y eso es lo que a mí me corre por la sangre. Me parece que eso es lo que me hace disfrutar”.

Con el éxito de Mamba, Asís tiene varios proyectos en mente que tienen como punto en común la gastronomía y los sabores que lo acompañaron a lo largo de su vida. Uno de esos es crear un fondo de inversión para poder abrir restaurantes en la Argentina y otros países del mundo. “Mi valor agregado es llevar todos los sabores que me marcaron desde muy chico a diferentes lugares del mundo”, finalizó Lamba.

La historia del chef sanlorencino que trabajó en las cocinas más prestigiosas del mundo

Fuente: SL24 ~ Esteban Klenzi trabajó en restaurantes seleccionados como algunos de los más importantes a nivel internacional por las guías Michelin y The World’s Best 50 Restaurants.

Su entusiasmo al hablar de cocina transmite la misma pasión que los platos que sirvió en algunos de los restaurantes más premiados del mundo. La historia de Esteban Klenzi está marcada por un camino ascendente que empieza en su ciudad natal, San Lorenzo, y continúa por Rosario, algunas ciudades de España, Chile y actualmente Buenos Aires, mientras busca su próximo destino.

Si bien ya suma algunos años en la gastronomía, no fue su primera carrera. Empezó estudiando kinesiología, pero dejó cuando se dio cuenta que nada le gustaba más que cocinar. “Siempre tuvo el bicho de lo que era la cocina, me encantaba preparar platos para mí y para los demás”, agrega.

Su primera experiencia fue haciendo pizzas a la parrilla en la cocina del restaurante Salamandra de la ciudad de San Lorenzo. Tiempo después decidió profesionalizarse en la materia y comenzó los estudios en el Instituto Gatos Dumas de Rosario donde hasta el día de hoy sigue teniendo un vínculo fluido y ofrece clases magistrales.

El siguiente paso profesional fue en el Hotel Ariston para después llegar a Ajoarriero para cubrir la vacante de pastelería. “Para mí es el mejor restaurante de Rosario”, afirma Klenzi.

Los caminos de la vida

La etapa siguiente podría catalogarse como el comienzo del despegue a nivel internacional, en primer lugar, desde el Instituto Gato Dumas le ofrecen trabajar como profesor mientras seguía cursando la carrera. Y tras recibirse en el año 2016 aparece una vacante para trabajar en el restaurante Celler de Can Roca (tres estrellas Michelin y elegido como el mejor del mundo en los años 2013 y 2015) ubicado en Girona, España.

Ahí conoció a un reconocido chef catalán de nombre Bernat Plana que había trabajado en el prestigioso restaurante vasco Mugaritz. No conforme con el importante lugar al que había llegado, Esteban le contó a su colega que su sueño era trabajar en la cocina de aquel otro lugar reconocido como “un templo de la gastronomía europea” y le pidió que lo recomendara.

“Cuando empecé a crecer profesionalmente lo que me motivó para seguir avanzando fue principalmente el poder trabajar en lugares con los que compartía la filosofía que tiene cada uno de estos restaurantes de tanta envergadura. Cada lugar tiene su propia impronta, su forma, su creatividad y su técnica”, explica el chef.

Finalmente, y por recomendación de Plana, logró cumplir su sueño y llegó a trabajar en 9 meses en la cocina del Mugaritz (dos estrellas Michelin). Klenzi cuenta que “siempre se dijo que tenía que tener tres estrellas Michelin desde hacía tiempo, pero como estaba en constante conflicto con la guía nunca se la dieron. Además, en ese momento tenían el número siete en el mundo.”

En medio de estas experiencias se hizo amigo de otro chef llamado Ramón Perisé, que a su vez lo contactó con un colega chileno llamado Rodolfo Guzmán. Este último era el dueño de un restaurante titulado Boragó que a nivel latinoamericano estaba catalogado como el número uno del continente por la lista The World’s Best 50 Restaurants.

En Santiago de Chile vivió otra etapa fructífera para su carrera. Con nuevos aprendizajes marcados por una cultura similar a la suya, pero diferente a la que venía viviendo anteriormente. Este período culmina ante su necesidad de volver al viejo continente en búsqueda de su novia, a quien había conocido en Mugaritz y seguía trabajando en ese lugar. “En ese momento priorizamos estar asique tramité mis papeles italianos y me pude radicar en Europa.

El nuevo destino fue en la ciudad española de San Sebastián para trabajar en un restaurante llamado Amelia. Tiempo después, el dueño hace modificaciones en el lugar, con mudanza incluida, y le ofrece a Esteban ser el Subchef (el segundo puesto después del dueño). Todos estos cambios tenían un trasfondo, el objetivo del dueño era conseguir dos estrellas Michelin.

Klenzi aceptó el desafío con su característico ímpetu, pero le anticipó al propietario de Amelia que una vez cumplida la meta dejaría su trabajo. Y así fue. Consiguieron las dos estrellas Michelin y el subchef abandonó no solo el restaurante sino también España.

Cada cual en su lugar

Esteban remarca como un dato de suma importancia que su especialidad siempre fue la parrilla: “en todos los restaurantes donde estuve, siempre fui el encargado de las parrillas. Pasé por todos los sectores de la cocina, pero la parrilla fue el lugar donde me especialicé. Es lo que mejor me sale, donde más cómodo me siento e incluso si tuviera que decir en que tengo algún don, es en cocinar a la parrilla”.

Y continúa transmitiendo su pasión por su sector de preferencia en la cocina: “la parrilla siempre está. En todas las gastronomías, en todas las cocinas siempre hay una parrilla. Incluso en el último tiempo se está empezando a gestar de nuevo la posibilidad de que las cocinas dejen de ser laboratorios y vuelvan a ser más cocinas como en sus orígenes apelando a técnicas ancestrales”.

Actualmente se encuentra instalado en Buenos Aires, aunque va y viene a Montevideo ya que su novia es oriunda de la ciudad vecina. Ambos se encuentran en la búsqueda y análisis de nuevos proyectos y algunos de los destinos que barajan para visitar podrían ser California o Berlín. “Estos lugares surgen por la oportunidad de crecimiento que hay en ellos. Hay muchas mentes abiertas que acompañan el avance de la alimentación saludable”, explica el sanlorencino.

Vamos pescando para vivir

Para concluir Klenzi cuenta que, si bien todavía tiene pensado seguir sumando experiencias en el exterior, para un futuro contempla la posibilidad de “volver a nuestra tierra y llevar adelante un proyecto para revalorizar el río Paraná y concientizar sobre la importancia de todo lo que nos da”.

“¿Quién abre un restaurante en plena pandemia?” Daniel Lalín reflota un clásico porteño

Fuente: La Nación ~ El empresario es dueño de la marca Fechoría, el bodegón de artistas que brilló hasta los 90 y que reabrió en La Recova.

Llega al restaurante Fechoría, en la Recova de calle Posadas, con una remera que tiene estampada la cara de Marlon Brando en El Padrino. Daniel Lalín tiene la actitud del tipo que lo ha visto todo y, si no lo vio, le pasó raspando. El ojo derecho le llora sin parar –quizá un asunto no cicatrizado– y nunca se saca los auriculares que lo conectan al teléfono. Definir a Lalín como empresario es quedarse corto. Este hombre, conocido por ser viral antes de que existiera la palabra viral (los hinchas de Racing le tiraron un redoblante en la cabeza en 1999 y el video dio la vuelta al mundo antes de YouTube), tuvo muchas vidas: manejó restaurantes, viajó a China a buscar una máquina para curar el cáncer, fue presidente de la Academia en el peor momento de su historia, gestionó la plata de las manzaneras de Chiche Duhalde y alquiló una mina de tungsteno en San Luis que no produjo ni un kilo. “Soy un fracasador serial”, avisa, pero sigue coleando: hace poco relanzó Fechoría, aquel legendario bodegón de Córdoba y Acuña de Figueroa que iluminaba la noche porteña.

La excusa de la entrevista es el emprendimiento gastronómico más reciente de Lalín. Para quienes nunca escucharon hablar de Fechoría, es el bolichón al que acudían actores y famosos a la salida del teatro, a partir de la década del 70. Susana Giménez, Moria Casán, Alberto Olmedo, Carlos Monzón, Juan Carlos Calabró, Rolo Puente, Jorge Porcel y muchos más probaron los ñoquis a la gauchito, una supuesta invención del propio Pepe Fechoría (el dueño, un gallego entrañable llamado José Alberte).Ads by

A principios de los 90, el boliche ofició de teatro de operaciones de la farándula: Gerardo Sofovich tenía su mesa y se quedaban jugando al truco con Carlos Menem hasta el cierre, entre humo, risas, alcahuetes de turno, jamón cortado a cuchillo y postre Fernandito.

Para el dueño de Fechoría, un restaurante es como un equipo de fútbol: “Si el vestuario no funciona, lo demás tampoco va a funcionar"
Para el dueño de Fechoría, un restaurante es como un equipo de fútbol: “Si el vestuario no funciona, lo demás tampoco va a funcionar»Manuel Cascallar

El nuevo Fechoría tiene ambiciones parecidas, pero no aspira precisamente a bodegón. Quiere ser un punto de encuentro de personajes, una suerte de paréntesis noventoso al que concurran aquellos que están retratados en sus paredes: el Coco Basile, Horacio Pagani, Marcelo Tinelli, Jorge Lanata, Alfredo Casero y el resto de la pandilla mesozoica.

A nivel gastronómico, tampoco busca estrellas Michelin, pero sí ofrecer un menú de primera categoría, en el que alternan pescados y mariscos frescos (el gran fuerte de Fechoría), ranas, faisán o cordero. El menú cambia tres veces al año, las pastas son caseras –los ravioles de faisán tienen buena prensa– y el chef asesor es un napolitano de oficio llamado Salvatore Di Santo.

En este local funcionó hasta hace poco un restaurante de muchos años, Sorrento. Desde el momento en que Lalín supo que iba a desembarcar aquí con Fechoría, se plantó en una de las mesas de Sorrento a entender cómo funcionaban las cosas. Durante un mes y medio vino todos los días y, desde su mesa, observó a los mozos (“mozos de oficio, de la vieja guardia”) y atacó cada pieza del menú. Se planteó que un restaurante es como un equipo de fútbol: “Si el vestuario no funciona, todo lo demás tampoco va a funcionar”, justifica.

-¿Por qué seguís intentando en la gastronomía? Claramente no es tu fuente de ingresos, es un rubro siempre difícil, pero igual seguís poniendo restaurantes…

-La verdad es que siempre quise tener un lugar para juntarme con amigos. Y vengo en esto desde hace mucho: en el 91 puse el primero, Calle de Ángeles, en Chile y Balcarce, en una zona en la que no había nada. Después tuve Puro Humo, en Puerto Madero, súper sofisticado, el mejor de todos; siguieron Cholila, Embrujo y Juana La Loca, sobre la calle Junín. Siempre me gustó tener restaurantes, inventar platos…

-¿Vos cocinás?

-Yo era un mal cocinero pero mi primera mujer era muy buena. Y me fui enganchando, sumado a todos los viajes que hice y a los restaurantes de lujo que conocí en mi vida. Tanto me enganché que me iba llevando a los chefs de un restaurante a otro.

-¿Cuál fue tu mejor creación?

-[Se queda pensando] La entraña a la cacerola, con especias indias o con chimichurri.

La idea de Lalín fue mantener el espíritu porteño, pero con un menú de platos más sofisticados
La idea de Lalín fue mantener el espíritu porteño, pero con un menú de platos más sofisticadosManuel Cascallar

Un redoblante viral

Si se googlea a Lalín, el primer resultado es en Wikipedia y dice así: “Es considerado como uno de los más incompetentes presidentes de Racing Club debido a los actos de endeudamiento y mal manejo de la economía del club durante su gestión que lo llevó a la quiebra en 1999″. Es cruel Wikipedia, porque también recuerda un episodio bizarrísimo: “Un sacerdote y seguidores del club hicieron un exorcismo, ceremonia celebrada con la intención de expulsar demonios del club, el 14 de febrero en 1998″. Ese día, casi 15.000 hinchas marcharon con túnicas blancas y antorchas, llevando a la cancha de Racing una imagen de la Virgen de Luján. No sirvió de mucho el exorcismo: en la fecha siguiente, la Academia perdió 2 a 0 contra Colón; unos meses después, Lalín ligó un redoblante en la cabeza mientras trataba de calmar a los hinchas, luego de que la síndico de la quiebra (Liliana Ripoll) anunciara que Racing había dejado de existir”.

-¿Sabés que ese video fue viral incluso antes de YouTube?

-Sí, claro. El que sacó la foto del redoblante ganó el premio Rey de España. Y el que me lo tiró fue El Paraguayo, de la barra de entonces. Pobre paraguayo, nunca lo culpé, sólo le dije: “Tenés razón, tu impotencia hizo eso”.

-Lo llamativo es que estás sangrando pero nunca dejás de hablar…

-Sigo hablando normalmente, sólo me limpio la sangre. Porque tengo razón. Que venga alguien y te diga que Racing dejó de existir es muy fuerte. Y yo decía que no, que no era así. Plantear una cosa tan técnica como una quiebra con continuidad es difícil de entender para la gente común. Yo prometí que Racing no iba a cerrar nunca, que iba a sanear su deuda y que iba a estar ordenado. Y terminé con 6 millones y pico de dólares en la caja, con muy poca deuda.

Entrevistar a alguien que tiene fama de no tener filtro es un arma de doble filo. Por un lado, se sabe que cualquier frase que diga será susceptible de convertirse en título de la nota; por el otro, el no filtro también es un arma de seducción: la gente que dice lo primero que se le pasa por la cabeza puede ser encantadora.

“¿Sabés que fui tapa en el 99/2000 de LA NACION revista? Fue con un reportaje que me hizo Jorge Guinzburg, que era jodón como yo”, avisa justito antes de empezar la charla. Y recuerda que una vez, en al programa de tevé de Guinzburg, le tocó contar un chiste en la ronda de invitados. Y contó este: “¿Sabés en qué se parece la mujer al globo? Que el globo tiende a subir y la mujer sube a tender”. Y también aclara: “Fue un chiste pelotudísimo”.

La famosa agresión recibida cuando era presidente de Racing: un redoblante impacto en su rostro mientras les hablaba a los hinchas
La famosa agresión recibida cuando era presidente de Racing: un redoblante impacto en su rostro mientras les hablaba a los hinchasTelam

-¿Te parece bien que hoy no sea gracioso hacer esos chistes?

-Sí, claro, me gusta que haya cambiado. Es un buen ejercicio, ahora tenés que desarrollar bien la ironía. Si hiciera ese chiste hoy, al otro día tengo un millón de tweets puteándome en mil idiomas.

Si se googlea mucho a Lalín, además del redoblante en la cabeza aparecen varias entradas que lo vinculan con el sector minero. En particular, un artículo de 2008 publicado en el diario El Cronista, que titula: “Lalín intentará probar suerte en un sector que promete”.

Durante muchos años, el empresario estuvo asociado con su hermano en una fábrica de aceite muy importante. A partir de 2005, se fue a buscar nuevos horizontes a China, en donde dice haber firmado varios acuerdos. “Algunos salieron bien, otros no”, admite. Uno de ellos era para traer una máquina que curara el cáncer.

-¿Por qué?

-Mi mujer había muerto de cáncer de mama en el 2000 y yo tenía una especie de fijación. Me volvió loco esa máquina, pero nunca pude terminar los trámites para traerla. Yo me enamoro de las cosas…

-¿De la minería también te enamoraste?

-En 2006 conozco al secretario de Minería y Energía de Salta y él me hizo enamorar de la minería. Empecé a tener un montón de proyectos mineros.

-¿Y te fue bien?

-No, me fue para el orto. Perdí guita a lo loco.

Su historia con el tungsteno es un capítulo aparte. Lalín cuenta que la Argentina fue un fuerte productor de este metal hasta principios de los 80. “Los chinos son los primeros productores de tungsteno del mundo y allí se encuentran las mayores reservas. El problema es que, después de Mao, decidieron ponerle un precio bajo y destrozaron la producción industrial de tungsteno en la Argentina”, explica.

Lalín, en Fechoría, donde personajes populares y rostros de la noche porteña adornan sus paredes
Lalín, en Fechoría, donde personajes populares y rostros de la noche porteña adornan sus paredesManuel Cascallar

-¿Pero vos te metiste igual?

-Acá había montones de plantas de tungsteno que hoy están abandonadas. Yo alquilé una en San Luis, que era de la provincia, pero tuve que devolvérsela al gobierno porque nunca pude hacer andar las máquinas; estaban muy mal y no había técnicos que las calibraran.

-¿Y no pudiste producir?

-En 2008 conseguí vender un cargamento de mil toneladas a China, pero cuando llegó el momento no pude producir ni un kilo. No logré hacerlo. Acá siempre estamos en la boludez. Tenemos un país que no le da bola a la minería. Pensá que exportamos alrededor de 70.000 millones de dólares. Para que te des una idea, Chile exporta 60.000 millones sólo en cobre. Nosotros en minería sólo 6000 millones, el 10% de lo que exporta Chile.

No fue la única incursión de Lalín en minería. En el camino del empresario apareció un mineral invisible para la mayoría: la mica. “Acá había una empresa en San Luis que hacía mica macronizada húmeda. Pero había un tipo que inventó una máquina para hacer el proceso seco: ponías lo que sacabas de la mina de mica en una tolva y la maquina separaba todo. Fui a ver la fábrica, me puse de acuerdo con esa persona…”, dice.

-¿Y entonces sí funcionó?

-En un primer encargo mandé un contenedor de mica a Alemania. Y encima me compraban la producción de seis meses. Pero cuando la empezamos a producir en cantidad se destrozó la máquina. Me fui al carajo, no pude cumplir. Les regalé el contenedor. Fue perder guita como loco. Después me puse una molienda de cuarzo y feldespato; la compré en funcionamiento, pero no era negocio. Era un loco de atar por la minería, pero la Argentina es un modelo de destrucción de oportunidades.

Una pizzería con Herminio Iglesias

Lalín estuvo vinculado a la política desde los 17 años. Fue socio de Herminio Iglesias en una pizzería de Avellaneda, y se acuerda especialmente de la vez que tuvieron que echar al pizzero. “El tipo era malísimo y lo terminé echando. Herminio me decía ‘tomémoslo de vuelta’ y yo le respondía: ‘Pero Herminio, ¡tenemos una pizzería!’”, se ríe.

El empresario trabajó durante muchos años con Eduardo Duhalde y distribuyó la plata de las manzaneras de Chiche Duhalde (“hasta un millón de kilos por día, entre leche y alimentos”). También fue contador general de la administración de Carlos Grosso a principios de los 90 y dice haber tenido una “muy buena relación” con Menem. Hoy admite que tiene amigos en el gobierno, pero también jura “odiar al kirchnerismo”. “Soy peronista, fui veinte años congresal nacional. Hoy te diría que soy del peronismo de (Miguel Ángel) Pichetto, suavemente derechoso y republicano”, trata de explicar. “Hasta el 2011, que me peleé con Scioli, estuve vinculado con la provincia. Ahí me fui porque estuvo nueve meses sin pagarme. Es el inútil más increíble que existe”, sentencia.

En el mismo plan, Lalín se ensaña con Julio Grondona (presidente de la AFA durante 35 años). “Yo dije que era el gran chorro de la Argentina, que el fútbol era un desastre por su culpa, que no defendía los derechos de los clubes. Veinte años después, el señor X en el expediente de Estados Unidos se demuestra que hubo una gran maniobra del choreo que encabezaba él. ¿Quien me dio bola? Nadie, me mataban”, afirma.

-¿Te sentís un incomprendido?

-Vos podés decir una verdad absoluta en un tiempo que nadie te entiende y te putean. Y cuando la verdad tuya se confirma, tal vez pasaron veinte años.

-Tenés puesta una remera de Marlon Brando en El Padrino. ¿En qué te sentís mafioso?

Es una alegoría. Todo mafioso tiene su restaurante. Cuando te dedicás a la política te gusta la rosca, como dice (Emilio) Monzó. Esa rosca es algo mafioso en el fondo. Duhalde me llamaba “el comandante”. Yo era un kamikaze, muy disruptivo, por eso jamás tuve un cargo electivo.

-¿Seguís siendo disruptivo?

-Y… ¿quién abre un restaurante en plena pandemia?