De Seúl a Buenos Aires: el chef coreano que impulsó su restaurante gracias al K-pop y a las series de Netflix

Fuente: La Nación ~ Martín Ho llegó al país en 1977, se dedicó a la venta de ropa y en 2017 abrió un local de comidas en Flores, que luego trasladó a Retiro; el año pasado ganó el concurso de gastronomía de Buenos Aires Celebra, que este año se realiza el domingo.

Cuando llegó a Buenos Aires, en diciembre de 1977, se maravilló con los asados que los vecinos hacían en la calle. En Seúl se comían parrilladas, pero siempre puertas adentro. “Acá estaban todos en la vereda y a los gritos te invitaban a un ‘chori’ o una sidra”, dice Martín Ho, que entonces tenía 10 años. Había llegado al barrio de Flores después de un recorrido navideño insólito: como viajó un 24 de diciembre desde un huso horario “adelantado” al del destino final cuenta que celebró Nochebuenas en Seúl, Tokio, Toronto, Vancouver, Lima, Santiago de Chile y Buenos Aires. “Hice como cinco Navidades en el aire y era muy lindo porque servían comida especial en todos los vuelos”, recuerda risueño.

Así de extraña fue su llegada a la Argentina, un país al que arribó con su familia y sin hablar una palabra de castellano. Eso se fue solucionando velozmente en la Escuela Primaria N° 24 de Saraza y Avenida La Plata, a la que iba con un diccionario de español/coreano en el bolsillo.Ads by

Hoy tiene 54 años y está al frente de Mr. Ho, un popular restaurante de comida coreana situado en Paraguay y Suipacha. La ubicación del local es representativa del auge de la gastronomía de esta colectividad de los últimos años: comenzó en la calle Morón, en la zona comercial de Flores –”era para que vinieran a comer los coreanos”– y, al poco tiempo, se mudó a Retiro, donde la clientela es mucho más variada.

Martín Ho será jurado del concurso de gastronomía que se realizará este domingo en avenida de Mayo
Martín Ho será jurado del concurso de gastronomía que se realizará este domingo en avenida de MayoDavid Fernández/AFV

“Antes el coreano no conocía lo que era la Argentina y el argentino no sabía ni dónde quedaba Corea, solo conocían China y Japón. Con ayuda de las Olimpíadas de 1988, del Mundial de 2002 y ahora con el K-pop, las series de Netflix y las telenovelas coreanas se despertó muchísimo la curiosidad de la gente. Sobre todo con las telenovelas, porque ahí se la pasan comiendo”, dice Martín.

Algo de eso explica cómo el plato que presentó en 2021 en Buenos Aires Celebra, el festival gastronómico de las colectividades que realiza cada año el gobierno porteño, fue elegido como el mejor entre otros 30.

Preparó moksalsal yangnyeom gui, una bondiola marinada en salsa de soja y otra en versión picante. Lo presentó como acostumbran a comer los coreanos, con una serie de platitos de acompañamientos, como arroz, kimchi y hojas frescas, entre otros.

Por haber ganado el certamen anterior será jurado en esta edición, que se celebra el domingo en la avenida de Mayo, entre Bolívar y Chacabuco. Ahí habrá representantes de 30 colectividades repartidos en 60 stands que ofrecerán platos tradicionales entre las 12 y 19.

Martín no le teme a tener que degustar decenas de preparaciones para elegir la mejor: los coreanos, como dice, tienen fama de ser de muy buen comer. Tampoco le teme a las cámaras: ya tuvo varias incursiones televisivas como difusor de la cocina coreana. La que le dio más visibilidad fue el reality culinario Familias frente a frente, que emitió Telefé en 2018 y en el que participó con su esposa e hijas. “Me reconocían en la calle y me tocaban bocina desde los autos”, cuenta Martín, cuyo rostro sonriente y con anteojos está estampado en el logo del restaurante.

De la cocina argentina, Martín Ho destaca el asado y el postre vigilante
De la cocina argentina, Martín Ho destaca el asado y el postre vigilanteDavid Fernández/AFV

De la industria textil a la gastronomía

Como la gran mayoría de los inmigrantes coreanos que se establecieron en Buenos Aires, Martín Ho se dedicó al rubro textil la mayor parte de su vida. Pero una “época mala” lo hizo vender su local comercial mayorista en la avenida Avellaneda y animarse a la gastronomía. En 2014, estudió en el Instituto Mausi Sebess y en 2015 viajó a Seúl a perfeccionarse en la presentación de las comidas. La base de su educación culinaria la obtuvo desde pequeño observando a su madre, que cocinaba “para cuatro o diez familiares con la misma facilidad”. Hay tradición gastronómica en la familia: su hermano Víctor es propietario del famoso restaurante de la colectividad Una canción coreana.

En 2017 abrió su local, que llamó Mr. Ho por ocurrencia de sus tres hijas. La mayor lo asiste casi como intérprete: es la encargada de explicar, con paciencia, en qué consiste cada plato, desconocido para la mayoría de los porteños.

“La inauguración fue un desastre”, recuerda, entre risas, sobre la apertura del local de Flores. “Tuvimos un problema con las ollas eléctricas y el arroz no quedó bien. Y eso es, para los coreanos, como que a un argentino le salga mal el asado”, explica.

El local actual recrea platos tradicionales de la comida coreana. El hit de ventas es el bulgogi, finas tiras de carne marinadas que se sirven a la manera del ssam, envueltas en una hoja de lechuga, y acompañadas de una fina masa de arroz, pickle de nabo y pasta de porotos fermentados. También hay variedad de sopas, calamares picantes y mandú, como se llama a las pequeñas empanaditas hervidas de cerdo o vegetales.

Son algunos de los platos que elige Martín para presentar a su comunidad. ¿Y qué rescata él de la gastronomía local? “El asado, sobre todo las achuras. Las pastas y la pizza, que tengo que comer una vez por semana. Y de postre, el vigilante, es una cosa que me vuelve loco”, describe.

Un ucraniano con alma rusa es dueño de un restaurante de comida soviética en Almagro

Fuente: BAE ~ Dimitri Svetlichniy es el dueño de El Molino Dorado, un lugar sólo para 21 comensales. Llegó a la Argentina con su madre hace 23 años, casi no conocían el idioma. En 2007, abrió una parrilla que al año se convirtió en un lugar donde ofrece las comidas de su infancia. Tiene familia en Rusia y su padre está en Ucrania, vive con el corazón partido.

Desde que Rusia invadió a Ucrania, Dimitri Svetlichniy, dueño del restaurante eslavo de comida rusa El Molino Dorado, está muy triste. Antes de esto, le gustaba decir: “Un día me acosté en la Unión Soviética y me desperté en Ucrania”. Tiene familia en ambos países, su corazón está partido. Para tratar de olvidar el presente, entra a la cocina de su restaurante ubicado Quito y Treinta y Tres Orientales en Almagro y se inspira con platos de su tierra.

Llegó a la Argentina en 1998, junto a su mamá Irina, dos valijas y 2.000 dólares. Sin conocer ni siquiera el idioma. Hizo de todo, atendió un McDonald’s, estibó cargas en el puerto, probó con enfermería y kinesiología, pero finalmente en 2007 se decidió por abrir un restaurante con su madre. Abrió una parrilla, pero en 2008, el negocio giró y terminó con un restaurante eslavo de comida soviética.

Dimitri Svetlichniy no dudó al definirse: “Soy ciudadano ucraniano con alma rusa y corazón argentino. Hasta los 11 años viví en la Unión Soviética, hasta los 18 años en Ucrania y hace 23 años, vivo en Argentina, el mejor país del mundo, aunque muchos acá no saben valorar lo que tienen”, contó a BAE Negocios, el dueño de El Molino Dorado.

El restaurante es chiquito, sólo hay lugar para 21 clientes. No falta el color rojo, ni imágenes soviéticas, gorros con estrellas y matrioshkas. Las más de 30 variedades de vodka que ofrece son la estrella de la casa.

El dueño de El Molino Dorado, vive un momento difícil, contó: “hasta que no termine el conflicto entre Ucrania y Rusia decidí no dar notas. Tengo familiares en Rusia, a mi papá con otros familiares en Ucrania. Para mí todo es muy personal”.

A pocas horas de la invasión de Rusia a Ucrania, Dimitri escribió: «Uno de los días más tristes de mi vida. Tengo esperanza que esto termine lo más pronto posible y con menos víctimas posible. Mucha gente se preocupó de llamarme o escribir y dar su apoyo. Tengo familia tanto en Rusia como en Ucrania, gracias a Dios ninguno sufrió daños».

Las mil vidas del chef que le cocinó a la reina Máxima y hoy vende medialunas en Junín

Fuente: Clarín ~ Sebastián Pederiva también les armó el menú a varios futbolistas, como su amigo Darío Cvitanich.

Sebastián Pederiva, chef argentino, acepta la invitación y va a cocinar a la casa de Máxima Zorreguieta, que en aquel momento, 2009, todavía es la princesa de Holanda. Bucólica por donde se la mire, la casa queda en una reserva en medio de un bosque, cerca de La Haya, la capital administrativa de los Países Bajos. La idea de Sebastián es preparar un asado para toda la familia real, unas 25 personas. Como le habían avisado que a Máxima no le gustaba el lomo y prefería cortes “más sabrosos, con un poquito de grasa”, pone a la parrilla de estilo argentina, con barras de hierro y una manivela para acercar o alejar la mercadería del fuego, vacío y entraña.

No usa carbón: lo hace a leña con la ayuda de algunas briquetas, esos taquitos de madera que sirven para avivar las llamas y acelerar la combustión. ¿El asador se merece un aplauso? Por supuesto. “Me trataron muy bien”, recuerda Pederiva, de 38 años. “Era toda gente muy amable, muy sencilla… Tanto, que Máxima me recibió en joggineta gris… Y sí, ¿qué ropa se iba a poner? Si estaba en su casa”.

La escena parece de un cuento, por qué no, de una serie de Netflix o de cualquiera de las plataformas de streaming. Pero no, no fue ficción: ocurrió. ¿Cómo llegó Sebastián hasta allí? ¿Qué caminos tuvo que recorrer para que lo dejaran acceder a semejante intimidad?

De Baradero, en la provincia de Buenos Aires, Sebastián, o Pepe, tal como lo llaman los que más lo conocen, es amigo de Darío Cvitanich, delantero fino que este año, a los 37, regresó por segunda vez a Banfield. Muy amigo. Íntimo. Y esa relación le permitió atravesar algunas fronteras.

“Con Darío nos conocemos desde chicos: íbamos juntos a la misma escuela primaria, el Instituto Santiago Ferrari, un privado con subsidio religioso”, explica Pederiva, que está en pareja desde hace seis años con Eugenia, contadora, y tiene una hija, Bruna, de tres. “Después, yo cursé la secundaria en el mismo colegio y Darío ya viajaba a Buenos Aires para jugar en las Inferiores de Banfield: vivía en la pensión del club. Igual, nunca dejamos de vernos”.

Pederiva conversa por teléfono desde Junín, otra ciudad bonaerense, a unos 200 kilómetros de Baradero, su lugar de residencia desde diciembre de 2020. Habla con entusiasmo, como quien se apasiona con su oficio y al mismo tiempo es consciente de que ha hecho un recorrido intenso. “Antes vivía en Vicente López, en un departamento de tres ambientes con balcón. No estaba nada mal, por supuesto. Pero en medio de la pandemia decidí venirme más al verde”, avanza.

-¿Y a qué te dedicás?

-Tengo un emprendimiento personal: se llama Hoyletocapepe. En mi casa preparo medialunas rellenas, pan de masa madre… Abastezco a cuatro bares de Junín, recibo pedidos particulares y también hago algunos eventos. La ventaja de trabajar así es que manejo mejor mis horarios. Y puedo estar más tiempo con mi hija.Sebastián, especialista en harinas. (Gentileza).

Sebastián, especialista en harinas. (Gentileza).

A los 18 años, Sebastián dejó Baradero y se mudó a Buenos Aires con la idea de empezar a trabajar como ayudante de cocina en el restaurante La Stampa, de Las Cañitas. El napolitano Felice Ambrosio, el dueño del local, uno de los más importantes de la zona, le permitió estar allí unos seis meses para ver si le gustaba el oficio de chef: si soportaba estar tanto tiempo parado pelando zanahorias y lavando acelga, si no se desanimaba si se le quemaba una tortilla…

Llegué a La Stampa a través de un conocido. Trabajaba gratis, por la comida. Ahí me di cuenta de que la gastronomía era lo mío”, explica Sebastián. “Con esa certeza, al año siguiente, en 2002, mis viejos me bancaron la carrera en el Instituto Argentino de Gastronomía, en Santa Fe al 1500, Recoleta. El curso duraba dos años”.

Al principio, Sebastián vivía en un departamento familiar junto a su hermana Alejandra, que también se había mudado a Buenos Aires con el propósito de formarse en el nivel terciario: estudiaba kinesiología (Sebastián es el menor de tres hermanos: su otra hermana, Cecilia, se dedicó a la administración de empresas).

Con el tiempo, cuando ya se lucía entre las hornallas y había empezado a cobrar un sueldo en el Hotel Hilton, donde también se desempeñaba como ayudante de cocina, Sebastián se mudó a un departamento junto a dos amigos de Baradero, Emmanuel Ruiz, que primero estudió medicina y después educación física, y Cvitanich, que ya había debutado en la Primera de Banfield.

El departamento, de dos ambientes, también estaba ubicado en el corazón de Recoleta: Pacheco de Melo y Austria. Más allá de alguna toalla que podía quedar tirada en el piso del baño o de algún plato sin lavar, entre otros descuidos, la convivencia era muy buena. O mejor dicho: una fiesta, una celebración permanente.

Los tres amigos dormían en la misma habitación. “Con Darío compartíamos una cama cucheta: Darío arriba y yo abajo. Darío había comprado una tele grande y la puso en el living… Ese departamento era el centro de reunión de todos los amigos de Baradero: había momentos en que llegábamos a ser 15 jugando a la Play”, evoca el cocinero.

Ya con el título de chef, Sebastián, inquieto y con ganas de progresar en el mundo culinario, hizo el curso de sommelier en el Centro Argentino de Vinos y Espirituosas, también en Recoleta: Juncal al 800. Entre trago y trago, María Barrutia, una de las directoras del instituto, le contó que se había abierto una vacante para auxiliar de sommelier en el reconocido restaurante Mugaritz, del País Vasco, y que él contaba con el perfil necesario para acceder a ese puesto tan codiciado. Una pasantía premium, una temporada en las grandes ligas.

Como quien está dispuesto a incorporar nuevas experiencias, la idea lo entusiasmó enseguida. Con dos estrellas Michelin, Mugaritz, del chef Andoni Aduriz, estaba considerado el cuarto mejor restaurante del mundo. “Aunque no me pagaran y sólo me dieran casa y comida, estar allí me iba a servir mucho. Eso sí, como nunca me destaqué por ahorrar, no podía pagar el pasaje. ‘Olvidate, yo te banco lo que haga falta’, me dijo mi amigo Darío. Justo por esa época, él estaba por firmar su contrato para irse a jugar al Ajax de Holanda (el pase costó diez millones de dólares)”.

-¿Qué te dijeron tus padres cuando les contaste que tenías pensado irte a vivir a Europa?

-Fue difícil… Mis padres son jubilados. Mi papá, José Luis, trabajó como empleado de una fábrica y de un supermercado. Mi mamá, Mabel, fue maestra. Cuando yo me fui a Europa les costaba entender que me podía ganar la vida cocinando…

-En aquel momento no se hablaba tanto de gastronomía como ahora.

-Claro. Era otra cosa. La gastronomía explotó después…

Ahora es un viernes de febrero. Son las cuatro y media de la tarde. Hace calor. “Sebastián cocina muy bien, sí, pero nunca cocina para nosotros”, cuenta Mabel, la madre del chef, por teléfono. Y, con mucho humor, sin perder la gracia, profundiza: “Siempre que viene a visitarnos a Baradero le cocinamos nosotros. No sé, supongo que lo hace para descansar un poco”.

-¿Qué pide que le preparen?

-Le encanta el pastel de papas… En realidad, el que le cocina es mi marido, José Luis. Yo no soy muy amante de la cocina. Veo un morrón y no sé para dónde disparar…

-O sea que Sebastián heredó de su padre la pasión por las recetas.

-Sí, seguro. Mi marido cocina de todo. Y sabe condimentar muy bien. Para vender o para que los comamos nosotros, prepara unos salames muy buenos.

-¿Sebastián ya se destacaba desde chico en la cocina?

-No. Eso llegó después… Es más, cuando cursaba el quinto año del secundario, primero decía que quería ser ingeniero ambiental. Y después se inclinó por la educación física… Al tiempo, cuando me dijo que quería seguir gastronomía se me vino el alma abajo.

-¿Por qué?

-Porque yo, que fui docente, pretendía que siguiera una carrera más tradicional… Una vez, me acuerdo bien, Sebastián preparó un cochinillo al vino tinto, que le salió delicioso, y ahí confirmó que le gustaba cocinar. Luego demostró que era su verdadera vocación, que tiene mucha pasta para eso y que no se equivocó al tomar la decisión de seguir esa carrera. Estamos muy orgullosos de él. Igual, yo sigo creyendo que la cocina da mucho trabajo: a veces te pasás varias horas cocinando para disfrutar un ratito… Yo, por eso, ni miro la cocina. En todo caso la limpio.Sebastián, de bebé, con su padre José Luis, de quien  heredó la pasión por la cocina. (Gentileza).

Sebastián, de bebé, con su padre José Luis, de quien heredó la pasión por la cocina. (Gentileza).

Tras su paso por el País Vasco, Sebastián se marchó a Ibiza, la ciudad de la rave a toda hora, en continuado, donde le habían ofrecido trabajar en la cocina del Hotel Aguas. Llegó con diez euros, seco, al borde del default. “Al principio me bancó Fernando, el tío de un amigo que hacía como 20 años que vivía en Ibiza. Fernando se dedicaba a manejar barcos. Era un pirata increíble… Vivíamos al lado de Pachá. La ventana de mi cuarto daba al patio del boliche… Imaginate… La música en las orejas todo el tiempo… Cuando cobré mi primer sueldo, 1.200 euros, me mudé a mi propio departamento, a una zona más alejada del centro: puse 600 euros para entrar y otros 600 para pagar el alquiler. Sí, me quedé otra vez en cero. Pero ya tenía trabajo y podía empezar a repuntar”.

Tres meses después, Cvitanich, que ya se había instalado en Amsterdam, le ofreció que se mudara a su casa. El trato fue simple, expeditivo. “Te venís conmigo y, si te parece, me cocinás”, le propuso Darío. Sebastián, futbolero, hincha de Boca, aceptó sin dudarlo. “Justo en el Hotel Aguas me habían propuesto ser jefe de cocina. Pero preferí irme con Darío: como los dos estábamos solos, nos podíamos hacer compañía”.

En Amsterdam estaban más cómodos que en Recoleta. Un dato: ya no dormían en camas cuchetas. “Vivíamos en una zona privilegiada de la ciudad, en un departamento divino, en el que cada uno tenía su habitación. Darío me dio su tarjeta de débito y me dijo: ‘usala como te parezca, es tuya’. Con eso, yo me encargaba de la heladera, que Darío siempre tuviera un plato preparado…”.

El menú de Sebastián incluía milanesas, fideos con manteca, salmón con arroz... “Si Darío tenía que probar algo nuevo, lo hacía. Darío siempre tuvo mucha conducta… Por eso puede seguir jugando sin problemas a esta altura de su carrera. Si en la cocina había 20 tubos de papas fritas Pringles era porque me las bajaba yo…”, detalla Pederiva. “De las tareas de limpieza se encargaba Misha, una mujer croata con la que nos llevábamos muy bien”.

Además de cocinarle, Sebastián acompañaba a Darío a la cancha. Iba a ver los partidos del Ajax siempre que podía. “Era espectacular. Yo entraba al estadio, el Amsterdam Arena, en el auto de Darío… Antes del partido, me iba a un barcito del estadio al que van todos los familiares de los jugadores y me tomaba una cervecita”.

Como parte de la misma “integración cosmopolita”, Sebastián también ayudaba con la alimentación de algunos compañeros de Cvitanich. “En el Ajax, Darío tenía muy buena relación con dos jugadores uruguayos, Bruno Silva y Luis Suárez. Luis me pedía que le cocinara tarta pascualina. Le encantaba comerla igual que a los argentinos: bien gorda, con mucha acelga y huevo duro entero… Se la preparaba y me hacía unos mangos”.

También, siempre con ganas de retomar el camino profesional, Sebastián buscaba un empleo fijo. Así, gracias a otro “conocido”, fue contratado para cocinar en el club de golf de Wassenaar, a 40 minutos en auto de Amsterdam. El dueño del club de golf era Theo Dietz, un millonario que había hecho su fortuna con la marca de ropa de surf O’Neill. A Theo le gustaron tanto las recetas del argentino que se lo llevó a trabajar a su casa.

“Un día me dijo: ‘Sebas, en el club no pasa nada… Viene poca gente a comer. ¿Por qué no te venís a cocinar a mi casa para toda mi familia?”, señala Pederiva. “Además, tres o cuatro veces por semana viene gente a cenar…”.

La mansión de Theo también quedaba cerca de La Haya. “Y tenía otra casa impresionante en Marbella, al lado de la del actor Antonio Banderas… Una vez fuimos a pasar Año Nuevo”.

-¿Te pagaba un buen sueldo?

-Sí, era un buen sueldo, por encima de la media. Theo era el mejor jefe del mundo. Me pagaba lo mismo todos los meses, más allá de que había semanas en las que sólo iba dos veces a su casa, otras en las que iba cuatro veces… No era un trabajo regular. Pero eso a él no le importaba. Y los fines de semana me los dejaba libres: veces, yo aprovechaba para ir a visitar a otro amigo, Paul, que vivía en Colonia, Alemania.

Por si fuera poco, Theo le prestó un auto. Sebastián sólo tenía que encargarse de ponerle nafta. Nada más. Le pagaban el seguro, el mecánico, el lavadero… “Era un Peugeot 207. Para Theo y su familia era un autito, pero para mí era una máquina. En un momento se rompió y, durante el tiempo que duró el arreglo, Theo me dio otro auto, un Golf GTI, que para ellos era otro autito y para mí otra máquina”.Guillermo y Máxima con sus hijas.

Guillermo y Máxima con sus hijas.

El empresario vivía con su mujer y dos hijos mellizos, de nueve años. Una noche, su jefe le dijo: “Preparate, Sebastián, que esta semana viene a cenar gente importante”.

Los invitados no eran otros que Guillermo Alejandro de Orange y Máxima Zorreguieta, en aquel momento el príncipe y la princesa de Holanda (son reyes desde 2013).

“Hola, ¿cómo estás?”, le preguntó Guillermo a Sebastián en español, cuando el chef entró al salón principal con una botella de vino para comenzar con el agasajo.

¿Cuál fue el plato principal? Los días previos le habían avisado a Sebastián que a Máxima le gustaba mucho la trufa. “Entonces, como ella es argentina, fui a lo seguro y preparé ojo de bife con morcilla trufada y vegetales asados. Fue un éxito”.

Pederiva trabajó solo, sin ayudantes. Después de la cena, Guillermo y Máxima se quedaron charlando un rato largo con Sebastián en la cocina. Un buen gesto de camaradería. Ahí, ella le dijo: ‘Quiero que vengas a cocinar a mi casa’”.

Cerca de las 22.30, Sebastián puso todo en el lavavajillas y se volvió a su casa. “Allá, los horarios son más tempranos que acá… La gente cena a las siete, ocho de la noche. Lo hacen para acostarse con la comida bien digerida. Es mucho más sano. Y para un cocinero como yo, que estaba acostumbrado a terminar mis jornadas a la una, dos de la mañana, era la gloria…”.

Un par de semanas después de ese primer encuentro con Máxima y su marido, queda dicho, Pederiva fue a la casa de la princesa para preparar el recordado asado de la joggineta gris. “Para evitar problemas, a Sebastián le pusieron un custodio que revisaba todos los condimentos que usaba para cocinar”, recordó Cvitanich.

“Sí, yo estoy seguro de que cuando crucé la barrera y entré a la casa de Máxima, los encargados de la seguridad ya sabían quién era, en qué fecha había llegado a Europa, con quién vivía en Holanda, cómo era mi familia en la Argentina”, profundiza el chef.

Lo más divertido, de todas maneras, me pasó con la reina… En un momento saludé a una viejita sin darme cuenta de que era Beatriz de los Países Bajos. Me lo avisó la niñera de las hijas de Máxima. Me dijo: ‘Cuando la reina te saluda, tenés que hacerle una reverencia y decirle su Majestad’. Beatriz no se lo tomó para nada mal, por suerte. Se dio cuenta de que yo estaba ahí para cocinar, que era un argentino convocado por Máxima, y en ningún momento le quise faltar el respeto sino que me había dejado llevar por el clima de informalidad que había en el almuerzo”.

-¿Volviste a tener contacto con Máxima?

-Sí, otra vez, Theo, mi jefe, le prestó a Máxima una casa flotante que tenía amarrada en las afueras de Amsterdam. Era otra casa fabulosa. Debajo del nivel del agua, por ejemplo, había tres habitaciones, baños, jacuzzi… Era otro almuerzo informal. Y Máxima me volvió a convocar para que le cocinara algunos cortes a la parrilla. Ahí hubo otra situación de novela. A la hora de los postres, apareció un heladero en bote, por el medio del canal. Y Máxima se tiró de cabeza al agua para nadar unos 25 metros e ir a comprar helado para sus tres hijas, Amalia, Alexia y Ariadna. Cuando el heladero vio que era la mismísima Máxima la que le estaba pidiendo los helados no lo podía creer.Sebastián (primero a la izquierda), con un grupo de amigos en Amsterdam, entre ellos, Cvitanich (el cuarto). Gentileza.

Sebastián (primero a la izquierda), con un grupo de amigos en Amsterdam, entre ellos, Cvitanich (el cuarto). Gentileza.

En 2010, cuando Cvitanich siguió su carrera en el Pachuca, de México, Sebastián decidió regresar a la Argentina. “Extrañaba a mi familia, a mis amigos… ”, dice. “Además, sentía que ya había vivido lo que pensaba vivir en Europa. Y llega un momento en el que tenés que definir: o te quedás para siempre lejos de tu casa o te volvés. Y me volví”.

Otra vez en su país, Sebastián armó varios proyectos: puso una vinoteca, fue jefe de cocina en una heladería, preparó comida para los cines premium de Hoyts, armó un restaurante de campo en Baradero… “Pero un día me enojé con la profesión y dejé todo…”.

-¿Qué te pasó?

-La vida del cocinero no es tan fácil como parece. O como se ve en la televisión… Hay un lado B que no se conoce, que implica mucho sacrificio. A veces lo único que hay en la vida del cocinero es trabajo. No tenés fines de semana ni feriados libres. Las jornadas pueden empezar a las 5 de la mañana y terminar a las 11 de la noche. Es una rutina que te puede quemar. Podés sufrir ataques de pánico… No ves la hora de juntarte un sábado a la noche con tus amigos… Además, en esta profesión, los que ganan muy bien son pocos… A mí me vino bien tomarme un respiro… Alejarme un poco. Hasta que me reconcilié con la profesión y volví a trabajar al Hilton.

En el hotel de Puerto Madero, entre otros eventos, Sebastián cocinó para la gala de los premios Martín Fierro. “Una vez se nos ocurrió servir un bocadito de bienvenida arriba de una piedra. Y después, una costilla entera sobre el plato. Se habló mucho de eso. Algunos nos elogiaron y otros nos criticaron… Lo aceptamos como parte del juego”, comenta.Sebastián estudió en el Instituto Argentino de Gastronomía (Gentileza).

Sebastián estudió en el Instituto Argentino de Gastronomía (Gentileza).

-¿Cuál sería tu especialidad como cocinero?

-A mí me encanta… comer. Mi especialidad sería todo lo que tuviera que ver con la harina. Medialunas, pizzas, pastas…

-¿Quién es el mejor chef de la Argentina?

-Mis referentes más cercanos son Martín Molteni, Emiliano Sabino y Pablo Barbero. Con ellos aprendió mucho. Pero también debería nombrar a Mauro Colagreco y a Francis Mallmann, un maestro, alguien que dejó en claro que en nuestro país se cocina con fuego. ¿Si quemamos las comidas? Sí, claro, las quemamos, pero las quemamos bien.

-¿Y quién es el mejor cocinero del mundo?

-Hay varios muy buenos…. Podría elegir a Andoni Aduriz, de Mugaritz, un cocinero que roza la filosofía…

-¿Te gustaría conducir un programa de cocina en la televisión?

-Siempre estoy dispuesto a vivir experiencias nuevas. Habría que analizarlo. No sé… No es lo mismo cocinar que cocinar frente a una cámara. Buenos cocineros hay millones. Gente con carisma para estar en la televisión, menos.

-Si condujeras un programa podrías invitar a tu amiga Máxima…

-No creo que me responda tan fácil el mensaje de whatsapp… (se ríe).

Originaria de Córdoba, la chef argentina Carito Lourenço ganó una Estrella Michelin por su restó en Valencia

Fuente: La Nación ~ Desde su partida de Río Cuarto hasta su llegada a Valencia, te contamos toda su historia.

Seis años pasaron desde que abrió su restó Fierro hasta que, a finales de 2021, ganó su primera estrella Michelin y selló este hito en la gala del Palau de Les Arts Reina Sofía. Pero el sueño comenzó mucho antes: fue en 2006 que Carito Lourenço llegó a Valencia, con ganas de evolucionar como cocinera y de montar su lugar. “Es difícil resumir este viaje de Río Cuarto a la Guía Michelin de España. Yo creo que es el camino de mi vida. Desde que dejé Córdoba hasta el día de hoy, siempre he basado mis decisiones en el corazón y en el sentimiento que tengo por la cocina, con la convicción de viajar y salir de la zona de confort, buscando hacer lo que me gusta cada día”, cuenta Carito, y aclara que el recorrido no fue fácil: empezar desde cero, lejos de la familia y en un lugar como Valencia, que tiene un nivel gastronómico brutal, con mucha oferta y competitividad.

“Desde el desarraigo y la sensación de estar sola y peleando por algo imposible hasta tener que cerrar varias veces el negocio por las restricciones de la pandemia, sin saber si aquello por lo que trabajaste tan duro tanto tiempo se va a perder en un segundo”. Y recuerda: “Arrancar con 21 años, recién llegada a España, en una cocina con un equipo al 95% de hombres, puede que haya sido un obstáculo; pero la verdad es que tenía tantas ganas e ilusión que no me significó un problema, porque mi foco estaba puesto en crecer, en aprender, y eso hizo que lo demás tuviera menos importancia”.

No paró hasta que su restaurante ganó una estrella Michelin, abriéndose paso también en el mundo de las premiaciones más destacadas, donde falta mucho para resolver la brecha de género y la igualdad de oportunidades o representación. “En los grandes concursos siempre se tira de los nombres más mediáticos o emblemáticos, venimos de muchos años en los que los hombres han liderado. Hoy se sigue convocando a los ‘buques insignia’, que son los que dan el caché, todavía hay cosas que cambiar ahí, es una cuestión que está evolucionando y se va a revertir. Hoy hay mujeres al mando de cocinas, cuando esto se afiance y pasen unos años, la transformación será natural. Es un camino largo, pero ya está sucediendo: las mujeres están muy presentes en la alta cocina”. A pesar de que históricamente es la mujer la que tuvo el papel de alimentar, hasta hace poco el mundo de los grandes chefs era privativamente masculino: “El escenario cambió mucho. Cuando yo llegué, era la única mujer en un equipo de 20 hombres y actualmente, ya hay grandes restaurantes que tienen jefas de cocina”.

Germán Carrizo
Germán Carrizo

El boom de Valencia

Además de ser pionera en un ámbito de cabecillas masculinos, Carito fue innovadora en radicarse en Valencia. “En 2008, cuando conocí Barcelona, me sentí realmente en casa, por la cantidad de argentinos que había. Luego empezaron a llegar más a Valencia, tanto directamente de Argentina como gente que ya vivía en España que se empezó a mover hacia acá. Creo que la eligen porque tiene el punto intermedio entre todo lo que ofrece una gran ciudad pero sin los tiempos y las distancias que supone una capital. Tenés el mar y la montaña al lado. El clima es impresionante, 9 meses de sol”, detalla la chef. “Yo llegué a Valencia por casualidad, y me quedé por convicción. Quisimos apostar por seguir trabajando y poniendo en valor un destino que es cada vez más potencia gastronómica a nivel nacional. Decidimos seguir creciendo junto con la ciudad, personal y profesionalmente”.

El equipo detrás de Fierro. Foto gentileza de Carito Lourenço
El equipo detrás de Fierro. Foto gentileza de Carito Lourenço

Bienvenida a la constelación

Entre los chefs argentinos propietarios de restaurantes con estrellas Michelin, están Mauro Colagreco (con tres estrellas) y Paulo Airaudo (que acaba de lograr la segunda estrella). Es a esta lista que ahora se suma Carito. Fierro se caracteriza por su fusión de cocina argentina y mediterránea, así como por una propuesta culinaria muy personal y moderna que comanda junto con su pareja, el chef mendocino Germán Carrizo. ¿Cómo se dividen las tareas? Ella lleva la dirección de la cocina en el día a día, las finanzas y la gestión del recurso humano; mientras que él es el director de creatividad, proveedores y búsqueda de nuevas materias primas. De esta forma, Carito se convirtió en la primera mujer argentina, chef y propietaria, en conseguir la distinción. “Queremos que esta estrella luzca allí también bien fuerte. Allí están nuestras familias y nuestros orígenes, que igualmente forman parte de nuestra propuesta en Fierro”, sintetiza la cordobesa. La idea original del restó es poder transmitir lo que sucede cuando un argentino te invita a su casa y te ofrece lo mejor que tiene, “lo que sentís en esas reuniones alrededor de una mesa donde se pueden juntar conocidos y desconocidos, como cuando estás en casa y se cruza tu vecino con su primo que está de visita, pasan a saludar y terminan quedándose a cenar con los amigos de los hijos que también están, algo muy lindo y muy distinto”.

Cocinar en clan

Quien empezó por influencia de las mujeres de su familia tiene muy clara la importancia de transmitir y conservar las recetas del árbol: “Creo que mantener los orígenes y recordar siempre de dónde venís te da tu identidad. Es algo que estando lejos valorás un montón: imaginate estar del otro lado del mundo y enseñar recetas de mi abuela o mi mamá a cocineros que las van a implementar adonde sea que vayan”. No es casualidad que otro de los emprendimientos de Carito se llame Doña Petrona. “El nombre es un homenaje a los libros con los que todos empezamos, todavía conservo la edición de mi mamá, que creo que es la número 81. En la familia quedan los libros que vamos heredando, subrayados y marcados. Hemos comido siempre esas recetas… Para nosotros es lo que somos”, nos confiesa.

Foto gentileza de Carito Lourenço
Foto gentileza de Carito Lourenço

Cocina fusión, sustentable y de temporada

“En Fierro somos mediterráneos en la manera de pensar el producto, aprovechamos al máximo el entorno y la zona en que estamos, y argentinos en la esencia de lo que hacemos. Entonces, ahí se genera una sinergia casi sin darnos cuenta, respiramos Mediterráneo y de repente aparecen matices argentinos, sabores de toda la vida con los que nos criamos”. Es una idea muy propia que también conlleva los aprendizajes de Carito, todo lo que vivenció desde que salió de Río Cuarto. “Intentamos aprovechar el producto en su totalidad para no desperdiciarlo, también reutilizamos todo lo que se pueda, incluso en nuestro otro restaurante”. Su filosofía es de temporada, trabajan con productores cercanos, también por calidad. Hasta en la vajilla: conversan con los artesanos del barrio para que sean ellos quienes lleven adelante el soporte para el plato. “La sustentabilidad también son las personas, que forman parte de la cadena de valor que significa poner la comida sobre la mesa”.

El Nuevo Progreso, el restaurante de Florencia Rodríguez que combina arte, recetas ancestrales y alta cocina en Tilcara

Fuente: La Nación ~ @elnuevoprogreso @fernandofernandezarte En una esquina histórica, la premiada chef rescata platos originarios con creatividad, criterio plástico y reversionados con estilo moderno, de acuerdo a los criterios de la alta cocina que le valieron el Grand Prix Baron B en 2021.

Por esas cosas del destino, Florencia Rodríguez terminó poniéndose al frente de un restaurante que se llama igual que el almacén que su abuelo regenteaba en el barrio porteño de Villa Pueyrredón.

Aunque un siglo después y 1600 km al norte de aquel almacén, El Nuevo Progreso se alza en una esquina histórica de Tilcara, y mira mucho hacia adentro, porque busca en las raíces de la cocina andina y las actualiza para que revelen todo su esplendor.

Llama con papa lisa, liláceas, espárragos y emulsión de huevo.
Llama con papa lisa, liláceas, espárragos y emulsión de huevo.Estrella Herrera

El frente del restaurante tiene impreso en relieve el año en el que se erigió la actual fachada: 1917. Y un cartel en el muro que explica el por qué del nombre: “El Nuevo Progreso manifestaba el adelanto del pueblo”.

Después de ser vivienda, la construcción fue el sitio donde funcionó un almacén de ramos generales, con herrería, fletes (el primer camión de Tilcara), frutos, tienda y hasta servicio de molino hidráulico.

Florencia logró unir allí el hilo que la ata a su abuelo y vincularlo a sus propios deseos. Porteña pero afincada en la provincia hace casi dos décadas, ganó por su cocina jujeña el Prix de Baron B – Édition Cuisine 2021 y por eso se hizo acreedora no sólo del tradicional corcho bañado en oro, diseñado por el orfebre Juan Carlos Pallarols, sino también de un viaje a la meca de los chefs.

Maria Florencia Rodriguez, el día que se consagró ganadora del  Prix Baron B de cuisine, en 2021. El plato que le deparó el triunfo fue el tamal de gallo y maíz morado, con fondo de kalapurca, milpa y flores.
Maria Florencia Rodriguez, el día que se consagró ganadora del Prix Baron B de cuisine, en 2021. El plato que le deparó el triunfo fue el tamal de gallo y maíz morado, con fondo de kalapurca, milpa y flores.gentileza

Su trabajo fue elegido en el primer puesto de ese concurso que reconoce los proyectos integrales con impacto en la gastronomía nacional por un jurado de notables cocineros (Mauro Colagreco, Manu Buffara y Martín Molteni) y por Richard Geoffroy, quien fue chef de Cave de Dom Perignon durante 28 años.

En reconocimiento, viajará hasta Mirazur, el restaurante que Colagreco comanda en Menton, Francia, considerado el mejor del mundo, con 3 estrellas Michelin.

El resultado del certamen también la llevó este verano a involucrarse en diversas experiencias en la costa atlántica y a ser convocada por bodegas y bares de vinos para armar sus cartas. “Las ideas que sugerí en todos los casos tienen eje en vegetales y aromáticas, con las carnes como detalle”, precisa.

Cocina + arte

Esta esquina del centro histórico de Tilcara alberga arte, tanto plástico como culinario. Desde el ambiente en el salón hasta el momento de pedir la cuenta, todo es color y expresión.

En las paredes del restaurante cuelgan pinturas del artista plástico Fernando Fernández, marido de Florencia. El ambiente y los sabores ofrecidos crean una experiencia multisensorial.
En las paredes del restaurante cuelgan pinturas del artista plástico Fernando Fernández, marido de Florencia. El ambiente y los sabores ofrecidos crean una experiencia multisensorial.Estrella Herrera

El marido de Florencia, el artista plástico Fernando Fernández, exhibe sus obras en las paredes del restaurante, pero también entrega a cada comensal su adición ilustrada con marcadores y tizas, convertida en un potencial cuadro que muchos clientes terminan enmarcando. Las pinturas expuestas tienen entre sus materias primas semillas, barro, arcillas y tintes naturales de alimentos.

En el medio, claro, está el menú, corazón de todo. “Es una carta no muy extensa, donde priman los ingredientes locales como quinoa, papas, queso, cordero y llama”, precisa Rodríguez.

“La gente se confunde: viene a El Nuevo Progreso y me pide comida molecular. Imaginate… Yo ni gaseosas vendo. Tampoco tengo menú infantil. Me interesan los platos originarios, los picantes de pollo, de lengua, las sopas, las comidas antiguas de olla. Para el charqui gallo que presenté en el concurso me ayudó una señora que tiene un puesto en el mercado. Lo hice con un caldo profundo, hervido mucho tiempo. El gallo de campo -señala- es mucho más sabroso que el pollo, y representa la influencia de los españoles” que fueron quienes los trajeron a estas tierras.

Tamal de maíz morado relleno de charqui, papa, cebolla y salsa picante.
Tamal de maíz morado relleno de charqui, papa, cebolla y salsa picante.Estrella Herrera

“Lo tendremos en nuestro menú en agosto, porque tiene que ver con la Pachamama”, promete. El nombre completo del plato que le deparó el triunfo fue tamal de gallo y maíz morado, con fondo de kalapurca, milpa y flores.

Lo describe así: “Es tradición e innovación; cada familia jujeña tiene su propia receta de tamal. La kalapurca es un plato de cuchara de origen aymará que se cocina con piedras calientes. La milpa es símbolo de la rotación de los cultivos. Y finalmente las flores y los brotes representan la vida y los colores de la Quebrada de Humahuaca”.

El carpaccio de llama con vegetales grillados, requesón de cabra, vinagreta verde y rúcula, y el tamal de maíz morado relleno de charqui, papa, cebolla y salsa picante se destacan como entradas.

Luego, el gazpacho de habas y arvejas, trucha ahumada, emulsión de papa y oliva con chips de papas andinas, y la sopa crema de calabaza, naranja, torrontés y ajos asados, cremoso de curry y semillas se lucen en el ítem de las sopas.

Cordero braseado con vino tinto y membrillo, puré de papa con salsa de molle, texturas de maíz y chutney especiado de pera.
Cordero braseado con vino tinto y membrillo, puré de papa con salsa de molle, texturas de maíz y chutney especiado de pera.Estrella Herrera

Entre los principales, resaltan las mollejas crocantes, con fondue de humita, papa oca, tapenade y textura de tomate; los malfatti fritos de remolacha, ricota de cabra y quinoa crocante tostada con queso azul, crema, espinaca, nueces y armuelle (verdura con aires de espinacas), y el cordero braseado con vino tinto y membrillo, puré de papa con salsa de molle, texturas de maíz y chutney especiado de pera.

Dentro de los postres, relucen el crumble de manzana, canela y harina de maíz, con crema helada de miel de caña y nueces, y la tarta de queso con ricota y yogurt, con crema de api especiado, frutillas y jalea de rosas.

A mano, su premisa

Después de estudiar Ciencias Políticas, Rodríguez trabajó en restaurantes porteños y de Europa. A pesar de su extensa formación, considera que llegó a Tilcara en 2003 “para aprender”.

“El producto estaba vivo, yo tenía que adaptarme a él. Decidí que no usaría máquinas, ni técnicas de cocina al vacío, y que todo lo íbamos a hacer nosotros. Acá”, se planta.

Cocina + Arte es la síntesis con la que se define la propuesta gastronómica de inspirada belleza que Florencia Rodríguez, chef premiada, pone sobre cada mesa de este consagrado salón.
Cocina + Arte es la síntesis con la que se define la propuesta gastronómica de inspirada belleza que Florencia Rodríguez, chef premiada, pone sobre cada mesa de este consagrado salón.Estrella Herrera

Para lograrlo, se vale de cutanas (morteros de fricción), ollas de barro, piedras y horno a leña, convencida de que los utensilios “definen la identidad de una cocina. Nuestro desafío es la revalorización de las prácticas culinarias, de los productos locales, porque la cocina forma parte de nuestro patrimonio cultural. La andina es ritual, ancestros, ciclos, tiempos, memorias y, sobre todo, aprendizaje constante”.

Asegura que trabaja con productos de estación de las cuatro regiones de Jujuy (valle, puna, quebrada y yunga), y en especial con los de altura. “Quesos, frutas, flores y semillas de pastores, todo de huertas orgánicas y pequeños productores. Para mí -dice- la comida no es solo nutrición: es una experiencia multisensorial cargada de significados”. El Nuevo Progreso lo demuestra. Es pura pasión y creatividad.

El Nuevo Progreso. De lunes a sábado, de 18 a 23.30. Lavalle 351, Tilcara.

Alejandra Kano, la primera chef argentina reconocida por el gobierno japonés

Fuente: La Nación ~ Luchó contra los estereotipos y se convirtió en la primera sushiwoman argentina. Conocé su historia.

El mundo de la cocina profesional, y en particular el del sushi, suele estar dominado casi exclusivamente para los hombres. Por eso Alejandra Kano se sorprendió mucho cuando le comunicaron que había sido nombrada “Embajadora especial de buena voluntad de la gastronomía japonesa”, título que hasta ese momento nunca había sido otorgado a una mujer en Argentina.

Encargada de la cocina de Ichisou (restaurante donde se conservan los sabores nipones tradicionales), para conocer el camino que la llevó a ocupar este puesto hay que remontarse cinco generaciones atrás. En Japón su tatarabuela tenía una repostería y su abuela una casa de udon (fideos de harina de trigo) antes de mudarse con su familia a Buenos Aires. Este legado continuó con un emprendimiento en el barrio de La Boca que luego se mudó a Balvanera, donde se encuentra actualmente.

La tradición marcó a Alejandra pero nunca la limitó. En la cultura japonesa el sushi es un plato que las mujeres no tienen permitido preparar. Sin embargo, ella venció este dictamen, se convirtió en una de las primeras sushiwoman de Argentina y en fuente de inspiración para quienes no temen romper estereotipos.

Alejandra Kano. Foto gentileza de: Ornella Capone
Alejandra Kano. Foto gentileza de: Ornella CaponeOrnella Capone – Fotografia

Históricamente el ambiente de la gastronomía fue un espacio muy masculino. Pero las mujeres de tu familia tienen un importante recorrido, en donde también han sido reconocidas ¿Cómo fue acompañarlas en eso? ¿Sirvieron como inspiración para tu propio desarrollo?

En mi familia las mujeres son las que toman las decisiones y los hombres acompañan. Cuando mi tatarabuela enviudó siguió trabajando en la repostería porque tenía un hijo que mantener. Mi abuela se dedicó a la gastronomía porque su esposo viajaba con su empresa pesquera y ella era la que tenía que encargarse de alimentar a sus hijos. En Argentina esta historia se repitió, mi mamá trabajaba mucho para proveer a la familia. Ellas tuvieron la suerte de que sus parejas en lugar de aplacarlas las apoyaban. Yo crecí en un modelo en el cual las mujeres están al mando.

El año pasado tu mamá recibió el “Homenaje a la trayectoria”. ¿Qué cosas sentís que aprendiste de ella que todavía ponés en práctica?

El trabajo duro y no rendirse nunca. Cuando surgía un problema mi mamá en lugar de dejarse aplastar buscaba soluciones. Esa practicidad y el trabajo de hormiga los tomé como propios. Me duela la cabeza o tenga fiebre, voy a laburar igual porque tengo que hacerlo. Es más, una vuelta tuve un accidente con la moto y en el hospital firmé para que me den el alta pese a la recomendación médica. A mi lo único que me preocupaba era ocuparme del restaurante. Ese día recién cuando terminó la jornada caí en el dolor que sentía. Mi vieja fue igual, esa ética laboral tan japonesa la mamé de ella.

¿Qué te inspira y en dónde encontrás tu fuerza para seguir adelante?

Mi motor es mi hijo. Él tiene autismo pero eso no lo limita, es muy creativo, todavía no habla pero es expresivo a su forma, se mueve diferente. Él hace lo que quiere como quiere y sonríe todo el tiempo. Él podría frustrarse por un montón de cosas, como que no lo entiendan o que sus compañeros no quieran jugar con él, y así y todo lo va superando y sigue siendo el mismo niño feliz de siempre. Eso a mi me inspira.

Alejandra Kano. Foto gentileza de: Ornella Capone
Alejandra Kano. Foto gentileza de: Ornella CaponeOrnella Capone – Fotografia

Sos sushiwoman ¿Qué significa este título? ¿Existen otras sushiwoman en Japón o en el mundo?

Hoy existen escuelas de gastronomía pero antes se aprendía por oficio. Para ser itamae (jefe de cocina) tenías que tener un maestro que te instruya y valide, el problema es que solo admitían aprendices varones. Yo tuve la suerte de que el restaurante era familiar y nadie me dijo “no te voy a enseñar porque sos mujer”. Acá a mi me dicen “sushiwoman”, esa palabra en japonés no existe porque preparar sushi está prohibido para las mujeres. En Japón es poco probable que una mujer sea itamae, en Argentina y el resto del mundo es distinto, conozco un montón de colegas que se están animando a seguir esta carrera. Me pone contenta que de a poco se esté abriendo la puerta para que el día de mañana no sea una novedad ver a una mujer preparando sushi.

Tu propia carrera es símbolo de empoderamiento ya que el itamae es un rol que solía ser asignado a hombres ¿Cuáles fueron los desafíos que atravesaste en ese recorrido?

La discriminación la sentí cuando venían comensales japoneses. Es costumbre que, al entrar al restaurante y luego de la comida, se salude y agradezca al chef. Ellos comían lo que les había preparado frente a sus ojos pero me ignoraban totalmente. Es más, en ese momento teníamos solo un empleado varón que se desempeñaba como mozo y ellos se dirigían a él como “master”, término que está reservado al cocinero. Los primeros diez años de trabajo fueron así. Después empezó a cambiar, la gente era más joven y con una mentalidad más abierta. Les sorprendía que hubiese una mujer pero en lugar de sentirse ofendidos por esto se acercaban a hacerme preguntas.

Alejandra Kano. Foto gentileza de: Ornella Capone
Alejandra Kano. Foto gentileza de: Ornella CaponeOrnella Capone – Fotografia

Sos la primera mujer argentina en ser nombrada embajadora de la gastronomía japonesa ¿Cómo lo viviste? ¿Qué te generó?

Que le hayan dado este reconocimiento a una sushiwoman me parece un cambio importante en la mentalidad de los japoneses. Esto no pasaría en su país, pero a veces las transformaciones empiezan de afuera para adentro. En Argentina es la primera vez que postulan a una mujer. Siento que este título no me lo dieron solo a mi sino que es en representación de mi vieja, que laburó toda la vida, mi abuela que también la luchó, y a un montón de colegas. Es en representación de todas nosotras que venimos intentando entrar en este mundillo y no nos dejaron. Ahora sí se abrió una puerta, ¡así que entremos!.

Ya como una chef reconocida ¿Qué le dirías a mujeres que recién están arrancando en su propio recorrido?

Que sean ellas mismas. A veces, cuando el ambiente es muy masculino, la mujer tiende a “masculinizarse” para poder ser parte porque entiende que esa es la única forma. A mi me pasaba que, cuando iba a la pescadería a comprar insumos para el local, me encontraba con un montón de hombres hablando sobre fútbol. Yo no iba a imitarlos porque no soy así. Tal vez al principio no les guste, no querían darte la mejor mercadería y se la guarden al otro que si vio el partido. Después una aprende a usar sus propias herramientas y logra imponerse sin levantar la voz. Por otro lado, que no bajen los brazos cuando se cierren puertas porque estas pueden significar una nueva posibilidad.

Una de las cosas que caracteriza a tu restaurante es la búsqueda de los sabores originales de la gastronomía de Japón ¿Por qué esto es tan importante para vos?

He comido sushi fusión y me gustó pero no es algo que disfrute preparar. Hay una magia en hacer las mismas recetas de siempre. Los platos de mi abuela son los que después mi mamá hizo dándole su toque y que ahora preparo a mi modo. Son recetas de antaño que prácticamente no se hacen porque Japón se modernizó mucho y la comida también cambió. Cuando viene gente mayor me dice “me recuerda a lo que comía cuando era chico” o “esta comida en Japón ya no se hace”. Es mantener esa esencia viva.

Alejandra Kano. Foto gentileza de: Ornella Capone
Alejandra Kano. Foto gentileza de: Ornella CaponeOrnella Capone – Fotografia

En la cocina de Alejandra Kano ¿qué ingredientes o elementos sentís que no pueden faltar?

La salsa de soja que, prácticamente, todos los platos llevan este producto. En Japón existe un “abc” de los ingredientes básicos que no pueden faltar: el Sashisuseso. “Sa” es por satō (azúcar), “shi” por shio (sal), “su” es por el vinagre, “se” hace referencia al seiyu o shōyu (salsa de soja) y “so” al miso. Es en ese orden que tenés que agregarlos a la comida. Mi abuela me decía siempre “si vas a cocinar no te olvides del Sashisuseso”, yo uso esta regla incluso cuando cocino platos que no son japoneses.

Mujeres del gin: tres emprendedoras detrás del boom de la bebida de moda

Fuente: Cronista – Tres historias de diferentes latitudes, tres mujeres con vidas muy distintas, y una misma pasión: el gin, esa bebida tan versátil que desde hace un tiempo se reivindica como tendencia mundial/Todas crearon en Argentina marcas que se lucen por su calidad y originalidad/Desde la Patagonia hasta Rosario.

Tres historias de diferentes latitudes, tres mujeres con vidas muy distintas, y una misma pasión: el gin, esa bebida tan versátil que desde hace un tiempo se reivindica como tendencia mundial. Sorrel Moseley-Williams es inglesa, periodista y sommelier, vive en Buenos Aires desde hace varios años y en 2019 creó Dill & Tonic, su gin tonic listo para tomar. Valeria Saavedra trabajó en gastronomía y coctelería durante varios años en Europa, y desde 2017 destila su gin La Salvaje en Rosario, su ciudad natal. Taté Moretti es licenciada en finanzas y trabaja en un banco en Neuquén, hasta las cuatro de la tarde, momento en que se saca el uniforme de bancaria para ponerse su auténtico oficio: el de destiladora. Desde su destilería Patagonian Distillery creó Gina, su gin floral.

«Somos muy pocas mujeres al frente de una destilería o haciendo bebidas destiladas» cuenta Taté, que en 2017 empezó a destilar vodka, porque le pareció una bebida con un espíritu noble, que había que reivindicar, y al mismo tiempo la forma más pura para aprender sobre el universo de los destilados, por no tener sabor a nada.

«Ahí te das cuenta que lo que importa en un destilado es la calidad del alcohol». Hasta que el mundo le pidió que se ponga a hacer gin; una vez que sintió que ya había aprendido suficiente a partir de su experiencia a través del vodka, creó Gina, un gin floral, que lleva el nombre de una de sus hijas. «Sabía que iba a llevar el nombre de una mujer, quería que tenga un toque femenino, por eso encaré para el lado de las flores, me costó unos cuantos meses lograrlo, porque soy muy obse». Después de experimentar tiempos, proporciones, temperaturas, graduación alcohólica, y varias catas a ciegas, sacó al mercado su botella, que tiene pétalos de rosas, de jazmines, flor de azahar, de sauco, manzanilla y lavanda. «Yo quería que cuando abrieras la botella sea un perfume». Y claramente lo logró, porque fue premiado en Londres con una medalla de bronce en The International Wine & Spirit Competition, en la categoría Signature Botanical.

Sorrel Moseley-Williams, co-creadora de Dill & Tonic.

«Siempre estuve bastante activa en hacer eventos, ver lo que sucede, más para divertirme que para hacer plata. En 2019 Tato Giovannni me convocó para guiar el evento «Las Invasiones Inglesas» en Las Patriotas, y ahí hice el primer Dill and Tonic». Cuenta Sorrel, la periodista y sommelier oriunda de Inglaterra que hace años vive enamorada de Buenos Aires y su escena gastronómica…»

«Si bien hay mucho ganado en la visualización de las mujeres en el mundo de la coctelería o detrás de una barra, todavía hay mucho por recorrer». Hace poco en un cumpleaños en un bar en Neuquén, uno de los invitados la felicitó por su gin, y le contó que a su mujer le encantaba, pero a él no, porque le gustaban las bebidas más fuertes. «Te juzgan a veces desde la parte comparativa, como si las mujeres tomáramos bebidas dulces. Yo tomo whisky desde los 20 años. Creo que las mujeres estamos más dispuestas a conocer cosas nuevas. Hoy hablar de una bebida para mujer o para hombre no va más. El 70% de nuestro público son mujeres, tal vez había un segmento que estaba desatendido, de mujeres que no encontraban un producto que les gustara tanto como Gina».

En su destilería Patagonian Distillery, Taté trabaja en su laboratorio desde la tarde hasta altas horas de la noche con su alambique de cobre, en busca de la receta perfecta tanto para su gin, como los que elabora para terceros. Su consejo para poder saber cuándo estás ante un buen gin: «cuando lo olés, sin la tónica, si lo primero que sentís es el aroma del alcohol, eso te da la pauta de que no es lo mejor que vas a tomar. Siempre tiene que sentirse la composición botánica, el enebro. Después podés elegir algo más herbal o floral, va en gustos».

«Siempre estuve bastante activa en hacer eventos, ver lo que sucede, más para divertirme que para hacer plata. En 2019 Tato Giovannni me convocó para guiar el evento «Las Invasiones Inglesas» en Las Patriotas, y ahí hice el primer Dill and Tonic». Cuenta Sorrel, la periodista y sommelier oriunda de Inglaterra que hace años vive enamorada de Buenos Aires y su escena gastronómica. En pandemia se puso a escribir su libro «Mil», sobre el restaurante de Virgilio Martínez en Cuzco; «estaba tan al pedo que me puse a cosechar kinotos en los ratos libres, y Martín Westerdahl, mi actual socio, un día vino a casa y me dijo, «hagamos algo». Y yo le dije, «¿no querés que elaboremos mi Dill & Tonic?«.

Martín es brewmaster, dueño de la fábrica de cerveza Portlander. Juntos prepararon las primeras 300 botellas. Hicieron pruebas y su gin tonic listo para tomar se hizo parte de «Canuto», la caja de delivery que lanzó Tegui en plena cuarentena. La etiqueta la diseñó Inti, una amiga, a quien todavía le paga con alcohol, y el gin lo aportó Enebro. «Nosotros tomamos el producto y le hacemos nuestro aporte». Junto con Martín, Sorrel macera el gin con su propia receta y elabora el agua tónica en la fábrica de cerveza. «Ya hicimos dos ediciones especiales con nísperos, otra con ume, la fruta japonesa, cosechada por el chef Maxi Matsumoto, con etiqueta diseñada por Pesqueira». Tienen una línea clásica, otra «pink» con pomelo rosado, otro con pepino, y otro con eneldo de Sueño Verde. Su producto apunta a restaurantes y bares chicos, no tanto a bartenders. Apu Nena es uno de sus clientes predilectos.

Taté Moretti, al frente de Flora, un gin floral patagónico.

«El mercado comercial de las bebidas es muy masculino, cuando yo decía que hacía gin, pensaban que hacía pantalones, lo asociaban a otro trabajo. Antes también, trabajaba en el mar, y hay determinados espacios que son mayormente ocupados por los hombres, pero hay que estar: con estar es un montón, yo persisto», le cuenta a MALEVA Valeria Saavedra, creadora del gin La Salvaje…»

«El gin tonic es lo más simple y complejo de hacer a la vez, porque si no tenés buen hielo ni buena tónica, o se le va el gas, es el peor trago del mundo. La quinina de la tónica es un botánico muy poderoso y amargo, necesita mucha azúcar para que sea tomable. Nosotros elaboramos una con menor nivel de azúcar». Supertonic es el nombre de la tónica que elabora Sorrel para Dill & Tonic, y que hoy en día también se vende en tiendas como The Coffee Store. La clave está en la maceración. Ellos maceran el eneldo con el gin, lo dejan entre 24 y 48 horas. También elaboraron versiones con pimienta rosa de Chubut y Mendoza. Su propósito es lograr tener una variedad con ingredientes de cada provincia. «Que sea más federal, que pueda inspirar a la gente; poder aplicar todo lo que vengo aprendiendo como periodista, a una bebida que inventé yo, es algo poderoso».

Valeria Saavedra nació en Rosario y en 2004 se fue a vivir a Barcelona, donde trabajó en gastronomía y coctelería. Allá vivió el boom del gin tonic en España y estudió fitoterapia; así aprendió sobre destilación con plantas, y durante varios años tuvo un emprendimiento en Ibiza y Formentera; a bordo de un barco preparaba cócteles y mojitos para servir en los yates que recorrían la zona. «Cuando volví quise compartir un poco de esa experiencia, de lo que había vivido». En 2017 casi no existían marcas de gin en Argentina, y Velu quiso desarrollar algo contemporáneo y proyectar otro estilo. «El mercado comercial de las bebidas es muy masculino, cuando yo decía que hacía gin, pensaban que hacía pantalones, lo asociaban a otro trabajo. Antes también, trabajaba en el mar, y hay determinados espacios que son mayormente ocupados por los hombres, pero hay que estar: con estar es un montón, yo persisto».

Valeria Saavedra creó Salvaje en Rosario, inspirada en los aromas y sabores del litoral.

La Salvaje, su gin, está elaborado con diez botánicos (cedrón, romero, eucaliptus, laurel, enebro, coriandro, piel de naranja , cardamomo y otros), inspirado en el Litoral, el campo y el Río Paraná. «Es un gin que representa nuestra propia naturaleza salvaje; al mismo tiempo es elegante, tiene fuerza, y también es sutil». Es un homenaje a Rita La Salvaje, una mujer icónica e irreverente de Rosario, que inspiró a Fontanarrosa en varios escritos. «Este gin tiene que ver con la naturaleza salvaje de cada uno, y con la naturaleza misma».

Nombramiento en Subway

Fuente: Mercado ~ Jorge L. Rodríguez nombrado nuevo presidente regional para Subway® en América Latina y el Caribe.

Subway®, la cadena de restaurantes tipo submarino, hizo la designación.

Rodríguez reemplaza a João Augusto Fugiwara, quien ocupó este cargo durante los últimos cuatro años y regresa al campo como desarrollador de negocios y franquiciado.

Rodríguez será responsable de dar continuidad a los esfuerzos por expandir la presencia de Subway en la región, desarrollando e impulsando estrategias e iniciativas comerciales enfocadas en maximizar los resultados de todos los restaurantes de la cadena en Latinoamérica y el Caribe. Se enfocará en incrementar las ventas y así generar mayores ganancias para la compañía y todos los franquiciados.

Rodríguez llega a Subway con una mirada global y un enfoque en resultados que le permitirá consolidar el crecimiento de la compañía en base a estrategia, liderazgo, innovación y satisfacción del cliente.

Antes de su ingreso a la compañía el pasado 17 de enero, Rodríguez llevó adelante, por más de 25 años, el liderazgo de varias actividades en América Latina, Europa y Asia Pacífico: financieras, venta minorista y bienes de consumo. Su experiencia internacional en transformación y gestión ejecutiva le aportará dinamismo a su función. Su sólida trayectoria en gestión financiera de corporaciones multinacionales, su rol analítico y su inteligencia comercial y estratégica le permitirán ampliar el horizonte de ventas y ganancias tanto para Subway como para todos los franquiciados, y poder pasar al siguiente nivel de excelencia que la compañía aspira.

En los últimos años, Rodríguez supervisó la reconversión financiera global de McDonald’s y también ha ocupado puestos directivos internacionales en Bacardi Martini y Burger King. Rodríguez es contador público certificado, y cuenta con un MBA en la prestigiosa Fordham Gabelli School of Business.

Rodríguez tendrá base en Miami y reportará directamente al CEO de Subway, John Chidsey.

¿Quién fue Luigi Bosca? La curiosa historia de una marca centenaria de vino argentino

Fuente: Clarín Gourmet by Carmen Ercegovich ~ Popular y prestigioso a la vez, el nombre italiano de la bodega mendocina es una rareza en una empresa familiar de raíces vascas.

Si este relato fuera un cuento podría comenzar así: a principios del siglo XIX en la localidad piamontesa de Canelli, al noroeste de Italia, un joven llamado Luigi Bosca elabora vinos junto a su familia pero jamás sueña que algún día su nombre será famoso del otro lado del mundo en un país que todavía no existe.

O, también, el cuento podría comenzar así: en 1890, en Unzué, un pueblito de Navarra, un niño de 7 años llamado Leoncio Arizu vive rodeado de viñedos pero, como tantos otros europeos por esos días, se sube a un barco con destino a Sudamérica. Él sí ya sueña con hacer grandes vinos, o lo hará pronto, estimulado por los familiares y compatriotas que lo preceden y acompañan.

Del azaroso cruce entre hombres como Luigi Bosca y Leoncio Arizu -que nunca se conocieron- nació una de las marcas centenarias de Argentina, de las pocas capaces de representar el segmento de vinos premium y, a la vez, gozar de enorme popularidad. Una historia que se remonta a épocas en que los estudios de mercado y el branding no existían o se reducían a un puñado de intuiciones, mucha determinación y trabajo.Leoncio Arizu, fundador de la bodega Luigi Bosca. Foto: Luigi Bosca.

Leoncio Arizu, fundador de la bodega Luigi Bosca. Foto: Luigi Bosca.

El vino argentino de nombre italiano hecho por vascos

En Unzué y ya para fines del siglo XIX, los Arizu habían acumulado un conocimiento sobre viticultura aportado por varias generaciones, pero la inestabilidad política y económica españolas los impulsaron hacia el Nuevo Mundo. El primero en llegar fue Balbino, que arribó a Buenos Aires en 1883 a los 25 años y luego se instaló en Mendoza con la clara intención de continuar con su oficio.

Junto a sus hermanos Clemente, Sotero y Jacinto, Balbino se convirtió en uno de los pioneros y líderes de la industria en estas latitudes. Su sobrino Leoncio, que vino en 1890, también siguió sus pasos pero emprendió su propio camino: a los 18 años plantó su primer viñedo en Luján de Cuyo. Pero no lo hizo solo. Se asoció con un inmigrante italiano, un piamontés de apellido Bosca, y con ese nombre registró la marca en 1904.La bodega Luigi Bosca, fundada por Leoncio Arizu. Foto: L.B.

La bodega Luigi Bosca, fundada por Leoncio Arizu. Foto: L.B.

​Sin saberlo aún, con aquel apellido italiano Leoncio estaba creando una etiquetas de vino que sobreviviría más de un siglo, trascendería las fronteras argentinas y llegaría a tener incluso más peso en el mercado que la de sus otros parientes, fundadores de Arizu S.A.

Su visión y su ímpetu fueron claves, pero también la familia que formó y continuó su obra. «Para él, las raíces no crecían solo bajo tierra. La familia fue su ancla y su proyección. Su pasión por la cultura del vino, la importancia de cuidar la tierra y la búsqueda de la excelencia fueron su legado», observó muchos años después su nieto Alberto Arizu (80), nacido en abril de 1941.

El Luigi Bosca italiano y el vino argentino

Luigi Bosca, el fundador de la bodega piamontesa Bosca. Foto: bosca.it.

Luigi Bosca, el fundador de la bodega piamontesa Bosca. Foto: bosca.it.

En Canelli, Italia, los Bosca son conocidos por sus espumantes desde 1831, aunque también hacen vinos tranquilos (varietales como Barolo, Barbaresco y Chardonnay) y aperitivos. El fundador de esa bodega, Luigi Bosca, fue quien inspiró el nombre de la que Leoncio Arizu creó del otro lado del Atlántico y que terminó de cobrar forma definitiva a partir de mediados del siglo XX.

Así lo explica Alberto Esteban Arizu (54), bisnieto de Leoncio y actual CEO de la empresa: «Durante los primeros años, la bodega tuvo muchas etiquetas de vinos, Bosca era solo una de ellas. Hay quienes recuerdan otras como Señor del robledal, que ya no existe más, y alude a nuestro apellido, porque Arizu en vasco significa ‘bosque de robles’. Pero Bosca fue la trascendió«.Alberto Arizu padre e hijo, dos generaciones al frente de Luigi Bosca.

Alberto Arizu padre e hijo, dos generaciones al frente de Luigi Bosca.

«En los años 60, mi padre asume un proceso de modernización de la compañía y adaptación de la marca de cara a lo que él veía que estaba sucediendo en el mercado de vino mundial, y decide definir el nombre como Luigi Bosca haciendo honor a un personaje real«, relata Alberto (h).

Para muchos, fue una jugada arriesgada. Por entonces, en Argentina reinaba el vino de mesa y en el segmento de vinos finos eran comunes los nombres franceses como Chateau Montchenot o Valmont. Hasta críticos respetados como Miguel Brascó le auguraron un rotundo fracaso a una marca que sonaba tan «italiana». El Malbec DOC de Luigi Bosca,l primer vino con denominación de origen controlada de Argentina.

El Malbec DOC de Luigi Bosca,l primer vino con denominación de origen controlada de Argentina.

Pero la decisión de los Arizu -ya no solo la de Leoncio, si no de las tres generaciones que lo sucedieron- estaba tomada, y la perseverancia vasca pudo más. Luigi Bosca consolidó su identidad al mismo tiempo que la industria del vino argentino pegaba el gran salto de calidad y comenzaba a ser reconocida en el mundo. 

Con siete fincas en Mendoza, vinos de alta gama con premios internacionales y presencia en en el mercado mundial en 60 países,  hoy la referencia piamontesa del origen de la marca es una anécdota más de las muchas que la familia atesora en la memoria de la bodega centenaria. 

Su abuelo y su padre crearon Freddo y Persicco, ahora él lanza su marca de helados sin azúcar

Fuente: Clarín Gourmet by María Florencia Pérez ~ Después de destacarse como modelo internacional, Tomás Guarracino incursiona en el rubro en el que su familia hizo historia.

Por un lado, está el modelo internacional que le presta su cuerpo rigurosamente nutrido y entrenado a firmas como Armani y Hermès. Por el otro, el nieto e hijo de los fundadores de Freddo y Persicco, dos de las cadenas de heladerías más emblemáticas de la Argentina. Del cruce de esas dos facetas de Tomás Guarraccino surge Benlive, una marca de helados proteicos que retoma una tradición familiar.

El ADN emprendedor lo lleva en la sangre. A fines de los años 60, su abuelo, el italiano Salvador Guarracino, fue uno de los creadores de una de las primeras y más famosas cadenas de heladerías premium, Freddo, que en los años noventa se expandió exponencialmente y a fines de esa década fue vendida a The Exxel Group por una cifra millonaria.

En 2001 su padre, Juan Martín Guarracino, fundó en sociedad otra reconocida cadena de heladerías, Persicco, que también vendió diez años después. Ahora es el turno del niño y adolescente que creció en pleno apogeo de dos marcas con una fuerte conexión afectiva con el público argentino.Tomás Guarracino en su rol de modelo con un diseño de Hermès.

Tomás Guarracino en su rol de modelo con un diseño de Hermès.

“Era la típica que la gente te preguntaba si estabas tomando helado todo el día y nada que ver. Yo era chico pero fueron marcas que pegaron muy fuerte. Tengo recuerdos en la fábrica con mi papá y mi abuelo, de jugar a servir helados para divertirme. Hoy ya no tenemos nada que ver con este sector pero toda mi familia me respalda en esta búsqueda para volver a innovar en el rubro”, cuenta Tomás.

Cómo surgió la nueva marca de helados «fit» Benlive

Sus inicios fueron muy diferentes a los de su familia. Lo primero que hizo Tomás Guarracino fue trabajar para convertir su propio nombre en una marca en sí misma. “A los 17 me fui a vivir a París, Milán y Nueva York. Me fue muy bien como modelo. He hecho cosas novedosas para la industria argentina. Hace tres años regresé y ahora mi sueño es volver a Europa pero con Benlive, quiero hacer una marca mundial”, afirma.

Ahora Tomás divide su tiempo entre sus cada vez más esporádicos trabajos como modelo fuera del país, Suri -su hija de cinco años que tiene con su expareja, Ivana Figueiras- y el lanzamiento de su nueva marca «saludable», cuyos productos estarán a la venta en una semana a través de e-commerce y en algunos gimnasios y dietéticas.Los helados Benlive vienen en diferentes sabores. Gourmet. Foto: Maxi Failla.

Los helados Benlive vienen en diferentes sabores. Gourmet. Foto: Maxi Failla.

-¿Por qué decidiste incursionar en este tipo de producto para un público tan específico?

-Todo surge a raíz de que a mi me gusta el bienestar, cuidarme, hacer deporte, entrenar. Viviendo en el exterior conocí muchas cosas que en Argentina no hay. Benlive es una muy buena idea que ya lleva un año de desarrollo. Me pareció interesante unificar el know how familiar con el cual me crié con la proteína y el buen comer.

En Argentina se empieza a ver la tendencia, el interés por este tipo de productos pero hasta ahora nadie se tomó el trabajo de desarrollar algo así. Detrás mío hay un equipo de ingenieros alimentarios, nutricionistas y toda la experiencia de mi familia.

-¿Cuáles son las ventajas concretas que te da el expertise de los Guarracino en helados?

Por más que tengas las máquinas precisás la experiencia para hacerlo perfecto. Mi familia tiene atrás más de 30 años en el trato con proveedores, con gente que sabe cómo trabajar el producto, conocemos de temperaturas, de logística, sobre almacenamiento. Un buen helado no lo puede hacer cualquiera.

-¿Qué diferencia de sabor y textura tiene Benlive con respecto a un helado convencional?

-A nivel textura es casi igual que un helado normal. Al igual que en las buenas heladerías artesanales de la vieja escuela, no usamos colorantes, nada nocivo para la salud. A nivel sabor cambia un poco por no tener azúcar. Es bajo en carbohidratos y calorías (aproximadamente una por gramo de producto).Tomás Guarracino con su abuelo Salvador, fundador de Freddo.

Tomás Guarracino con su abuelo Salvador, fundador de Freddo.

Lo que a uno le gusta del helado es el azúcar y la grasa. Obviamente el consumidor de este tipo de producto ya sabe que no va a encontrar eso. Hay que educar a más consumidores para que prueben estos productos, que aprendan que hay mejores maneras de alimentarse, más conscientes, sin tanto azúcar y grasas malas. Ese es el mensaje de mi marca.

-¿Cómo está compuesto el portfolio de productos?

-Tenemos dos líneas: la proteica y la keto, de la famosa dieta cetogénica (N. de la R: alta en grasas y baja en carbohidratos). La primera línea viene en sabor chocolate, frutilla y vainilla. La segunda: frambuesa, vainilla y chocolate. Además estamos trabajando en helados con colágeno hidrolizado, que es otro tipo de proteína, algo muy innovador. Y también queremos desarrollar una línea a base de proteína vegetal para los veganos.

-¿Qué diferencia de precios tienen estos productos con los helados convencionales?

-A nivel precio, es un poco más caro. Porque la materia prima es importada y es cara. El precio nos va a posicionar un poco en el nicho, pero quienes priorizan la salud hacen el esfuerzo de pagar un poco más de lo que harían por un helado convencional. La presentación de 250 cm3, vale $ 650 pesos y la de 120 cm3, $ 450.Tomás Guarracino se apoya en el know how familiar. Foto: Maxi Failla.

Tomás Guarracino se apoya en el know how familiar. Foto: Maxi Failla.

-¿Qué opinó tu abuelo Salvador cuando probó este nuevo tipo de helado?

-Tengo muy buenas repercusiones. En general cuando lo prueban, la primera vez te dicen: “que raro”, la segunda: “qué bueno» y la tercera: “me encantó”. Mi abuelo ya lo probó y le gustó.

Claro que entiende que es una nueva manera de consumir helado diferente a la de sus tiempos. Soy la tercera generación de una familia innovadora. Y vengo con una perspectiva más open minded, tratando de hacer algo distinto a lo que hacen todos hoy.